Sólo nos hablábamos en sueños, por eso quedé inmóvil al verte junto a la mesa, mi brazo y el de mi novio todavía juntos, mi brazo ahora temblando, el de mi novio también, sólo existías en el insomnio y por eso que tardé en advertirte viva, respirando bajo el delantal, tomando nota de bebidas y platos, alejándote hacia la cocina, y la distancia me activó y me disculpé y me levanté y te seguí, no estabas detrás de la barra, no estabas en la cocina que invadí y de la que me expulsaron, tampoco en la sala y tampoco en el almacén de una habitación contigua, salí a la calle, allí ibas a lo lejos, corrí pero siempre mantenías la distancia, una derrota perpetua, pasé por el semáforo donde cogí tu mano la última vez, por el centro de salud, por la alameda que siempre nos pareció un lugar tristísimo, por el jardín de la infancia donde columpié el porvenir, y el porvenir allá arriba, escaleras hacia la colina por donde seguías y yo siempre detrás y nunca logrando alcanzarte, llegué a una vivienda y de milagro franqueé la puerta, cogí tu abrigo con la punta de los dedos y tú cogiste un ascensor y casi estuve a punto de entrar pero la puerta se cerró, se adivinó en la oscuridad la alternativa de más, más escaleras, primer piso, segundo piso, en el tercero la naúsea de unas coles, la televisión siempre alta del cuarto piso y en el quinto paré, casi al borde del síncope, el ascensor estaba allí y un rectángulo de luz anunciándose bajo la puerta, la golpée suave, fuerte, más fuerte, golpeé y golpeé y golpeé, la puerta se abrió a un vestíbulo familiar y una cara llena de paciencia, eran el mismo lugar y la misma luz y casi el mismo olor pero tú no eras tú, lo confirmó una voz distinta y muy lenta, de tren nocturno, una suavidad de sílabas que me recordó que tú no vivías allí, no vivías allí ni aquí ni allá ni en ningún otro lugar, una voz de arrullo que me invitó a entrar, beber algo de agua, pero supe que en el ofrecimiento estaba el ruego de que no volviera más y eso no era posible, di las gracias y bajé a zancadas hasta el zaguán, luego el camino inverso, el parque y la alameda y el centro de salud, las calles cada vez más estrechas y los edificios cada vez más llenos de edad, alcancé el restaurante, la mesa, un brazo inmóvil, estaba sudoroso y me esperaba el reproche de mi novio y una copa de vino blanco y un cumpleaños en la mesa contigua y un risotto de rabo de toro con setas, mi plato favorito, el plato que tantas veces mamá hicieron tus manos, aquellas que casi hoy volví a tocar, y en una felicidad curva subimos las copas y brindé mamá por ti.