La historia que os voy a contar me sucedió hace unos años en Nueva Orleans. Lo que era un viaje de placer se convirtió en mi peor pesadilla.
Aquella fría noche, la luna llena brillaba más de lo normal. Mi mujer y mi hija estaban durmiendo en el hotel. Yo aproveché para salir a la terraza a fumar un cigarrillo. El viento invitaba a abandonar la ciudad más pronto que tarde y los árboles dejaban caer sus hojas sobre el suelo embarrado. Seguí fumando, cuando de repente empecé a escuchar a lo lejos unas voces que repetían siempre las mismas palabras… como haciendo algún tipo de ritual.
Mi curiosidad hizo que no me lo pensara dos veces y bajé para tener una historia que contar mi familia.
Aquel cantico procedía del interior de un granero abandonado, donde ni siquiera los fantasmas vivirían allí, a las afueras del histórico barrio francés de Nueva Orleans. Me acerqué sigilosamente y miré entre los huecos de la pared de madera. Allí dentro había cuatro hombres y tres mujeres, que sujetaban velas y cuencos llenos de un líquido, que parecía sangre. Una de las mujeres, la que tenía un turbante en la cabeza, era la mujer con la mirada más penetrante que jamás había visto y además parecía hablar mil idiomas. Sin pensárselo dos veces cogió una gallina y le cortó la cabeza y ahora sí, la sangre que salía de ella comenzaron a beberla y esparcirla por todo el suelo. Al ver todo eso me asusté y quise salir corriendo, pero del susto mis piernas no respondieron y resbalé haciendo un enorme ruido.
Las siete personas, se miraron entre ellos y salieron corriendo hacia la puerta para saber quién estaba husmeando en sus asuntos. Intenté escapar, pero fue imposible. Me cogieron y me metieron dentro del granero. Comenzaron a reírse de mí y hablar entre ellos. Yo estaba completamente asustado, gritaba, pero nadie me oía. Clavé mis uñas en la piel de quienes me sujetaban, pero ninguno de ellos parecía sentir el más mínimo dolor. En ese momento no podía imaginarme lo que estaba a punto de sucederme.
Los cuatro hombres me cogieron al vuelo, me acostaron sobre una mugrienta mesa que había allí y me sujetaron fuertemente de brazos y piernas. La mujer del turbante era la encargada de dar las indicaciones en ese ritual.
Sacaron una bolsa con unos polvos que esparcieron sobre mí. Mi cuerpo no respondía a mis movimientos. Quería gritar… pero no salía ni el más fino hilo de voz. La música cada vez sonaba con más fuerza, las voces cada vez repetían palabras más cortas y la sensación de ahogo cada vez era más grande.
De repente…
Todo se apagó, todo se oscureció.
No sentía nada… no oía nada.
La magia negra había hecho su efecto y conforme iban pasando las horas me di cuenta de que me habían convertido en un maldito zombi.
Durante días estuve deambulando solo por el delta del río Misisipi, hasta que la policía me encontró.