Era un lunes noche cualquiera, estaba sentado en el sofá viendo la tele, realmente, no la veía solo me hacía compañía. La casa comenzó a llenarse de hormigas, no era nada preocupante, algo normal en las noches de agosto.
Primero fue el mueble del salón, observé a una hormiga a la que apenas preste atención. Dejé el televisor encendido y me dirigí hacia la cocina tardé exactamente treinta y siete segundos, comprobado por mi reloj de pulsera, lo recuerdo porque era nuevo y me quedé contando los segundos. Así que treinta y siete segundos después ya se habían apropiado del mueble entero.
Mi única reacción fue quemarme al beber de la taza de café. Me senté de nuevo y seguí viendo la televisión. Bueno viendo, por decir algo. Miré hacia el mueble de nuevo; las hormigas se habían multiplicado y recorrían un camino hacia la pata del mueble donde se encontraba el televisor.
Todavía nos separaban dos metros de distancias así que simplemente miraba impasible la conquista de estos pequeños bichos.
De repente, veo una hormiga en la pantalla del televisor. Fue en ese momento en el que solté el café, miré fijamente la pantalla y en el tiempo que dura un anuncio, de esos de música pegadiza, la pantalla se llenó al completo de hormigas.
Ahí, en ese mismo momento, ya sentí que era algo personal; me levanté y observé como subían a la planta de arriba. En cuestión de segundos ya había perdido el salón, la cocina, las escaleras y dos habitaciones.
Así que me propuse dirigirme al cuarto de baño el único espacio libre. Llegué esquivando las partes que estaban llenas de hormigas. Intentaban cerrarme el paso, salvo una de ellas que parecía que quería ayudarme. Cayó en combate.
Ya en el cuarto de baño cerré la puerta y llené la bañera. Las hormigas empezaron a entrar por el pequeño hueco que hay entre la puerta y el suelo.
Eran momentos musicales y desde la televisión empezó a sonar una canción de Jim Croce. Me sumergí y aguanté la respiración.
Vi, desde dentro del agua, como todas las hormigas se pusieron alrededor del borde de la bañera. Estaban quietas solo observaban, imagino que mi muerte en sí.
Pero yo sonreí porque sabía que había ganado. No iban a poder conquistarme a mí como hicieron con el resto de la casa porque el agua les detenía. Ese momento de felicidad que estaba viviendo fue roto por unas pequeñas ondas de agua.
Era de la cadena plateada que sujeta el tapón de la bañera. Estaban tirando entre varias de ellas. La cadena cedió, el tapón salía y el agua caía por el desagüe. Así que cerré los ojos y seguí escuchando la canción de Jim Croce hasta que terminó o hasta que terminé yo.