Llevaba horas repasando el informe frente al ordenador. Su pantalla era la única luz que mantenía a Sofía hipnotizada trabajando. La botella de vino que descansaba sobre el escritorio estaba ya vacía. Era su pequeño ritual cuando preveía dormir poco, ponerse los cascos y servirse una copa de vino, dos o la botella entera. La pantalla empezó a fallar, no respondía. El teclado parecía estar desconectado. Mientras intentaba darle una explicación, revisar cada puerto, conexión, un vaso de cristal estalló contra el suelo de la cocina. Sólo al sobresaltarse se dio cuenta de la oscuridad que le rodeaba. Apenas reconocía la habitación en la que se encontraba. Se levantó palpando con cuidado cada mueble, la pared, el marco de la puerta, el interruptor de la luz. No funcionó. Continuó por el pasillo, despacio, siguiendo por la derecha la pared hacia la cocina. Palpaba buscando el pomo de la puerta y algo pasó frente a ella dejándole sin respiración. Se quedó paralizada. Apretó sus puños para coger fuerzas y continuar más deprisa tanteando. Su corazón parecía latir fuera de ella, le delataba. El sudor empezó a resbalar por su cuello. Su estómago se tensaba cada vez más y sus manos temblaban sin encontrar la puerta. Le oyó respirar junto a ella. Silvia cerró los ojos cuando sus piernas flaquearon.
― Siempre serás mía...―Le susurró tan cerca de su oído que no pudo evitar que la orina resbalase por sus piernas.
Con las dos manos ahora tras su espalda reconoció la manilla de la entrada principal. Silvia se giró tan rápido que a él le pilló desprevenido, golpeándole en la nariz, lo que le dio unos segundos para salir corriendo de aquel infierno. Bajó corriendo las escaleras hasta llegar al rellano que estaba completamente oscuras. Miró hacia la escalera escuchando sus pasos cada vez más cerca. Abrió la gran puerta de metal del portal y salió como pudo reprimiendo sus lágrimas para cuando estuviese a salvo. Cruzó la calle sin mirar a los coches que venían hacia ella y entró en el restaurante Lamucca que hacía esquina, frente a su edificio. Las mesas de la terraza estaban ya recogidas. Un de los empleados subía uno a uno los toldos negros. Aún quedaba una pareja terminando sus copas en el rincón del local, junto a la ventana. Sofía entró caminando hacia atrás para poder ver si él seguía tras ella. Los grandes ventanales le aseguraban que nadie le perseguía. Pero, ¿dónde estaba ahora? ¿dónde se escondía?
― ¿Le pongo algo señorita?― Sofía ni siquiera oyó al camarero.―¿Señorita?
―¿Eh?― Parecía que acabase de despertar, confusa, empapada.― Un vaso de agua…
― ¿Se encuentra bien? ¿Quiere que llame a alguien?
―¡No!No. Estoy bien, sólo...es...es imposible.
La pareja salió entre risas sin despedirse. Segundos después el restaurante se quedó a oscuras. El camarero que le había servido colocaba los vasos cuando uno se le escurrió de las manos.
―¡Aaaah!― Sofía creyó morir de una punzada en el corazón.