Era la primera vez que un amante le pedía algo semejante. No se consideraba una mojigata, pero tampoco una mujer fácil. Desde que le conoció no había dejado de aventurarse en nuevos terrenos que jamás se había permitido explorar por su propia cuenta: territorios que legítimamente ¡le pertenecían!, pero a los cuales no se sentía capaz de penetrar sin sostener la mano de otra persona. Cada encuentro era revelador, único en su esencia. Cada roce, golpe, susurro, postura o artefacto traducían para ella misterios indescifrables e inauditos hasta ese momento.
Se encontraron, como de costumbre, en la habitación de hotel que él ya había preparado de antemano. Era una suite más amplia de lo habitual. Eso la hacía sospechar, con anticipado deseo, que un nuevo juego o juguete iba a ocupar ese espacio adicional. Las cortinas ya estaban echadas, y pese a que ya era noche cerrada y no acostumbraban a amarse bajo la luz, esto se explicaba por la celosa intimidad que guardaba su nuevo amante.
Le deseaba con una intensidad malsana y, aunque lo ocultaba de manera formidable, le amaba de la misma manera. Esto es algo que en sus momentos de mayor intimidad la incomodaba, ya que, en el fondo, prácticamente desconocía al hombre que ahora se encontraba semidesnudo frente a ella.
El apasionado amante se ausentó un instante, sólo para traer un exquisitamente decorado potro al que invitó -siempre sosteniendola por el pelo- a sentarse a horcajadas. Ella aceptó con fervor cada movimiento de sus dedos, que la convertían en una marioneta enteramente a su merced.
Una vez encontró la postura deseada por su guía, éste le ató de pies y manos; dejando para el final una suave tela de seda negra con la que tapó sus ojos entre lujuriosos mordiscos aquí y allá. Quizás, lo último que alcanzó a ver fué la cámara de vídeo en la que no había reparado anteriormente, pero ésto no era algo inusual en sus encuentros. Disfrutaba enormemente ver aquella ¨hoja de ruta¨ de sus recientes viajes a las profundidades de la lujuria.
Pasaron unos segundos de ausencia y silencioso anhelo que la hicieron suplicar por el regreso de sus labios. Algo frío y puntiagudo recorrió su espalda, rodeo su cuello y acabó su extraño viaje apoyado firmemente en el centro de su pecho. El éxtasis era inminente. Ella deseaba encontrarse de nuevo con el vibrante calor de su cuerpo y así se lo hizo saber.
Unos labios se apretaron violentamente contra los suyos, unos dientes mordieron con fuerza su lengua y, de repente, lo extraño cruzó su mente: ¿No estaba su amante pulcramente afeitado?
La abrupta realidad se introdujo, convulsa y nauseabunda en lo más profundo de su miedo.
-¿Quién eres?
El silencio de la habitación se quebró con la risa de incontables voces y el lamento desgarrado de quien sabe, se perdía para siempre en el rincón más oscuro y profundo de la lujuria.