Llovía. No era esa lluvia fina que apenas se nota, no, llovía a cántaros, sin embargo, Luisa no se amilanó, cogió su bolso y salió a la calle.
- Pues sí que llueve, desde la ventana de mi cuarto no parecía tanto, pero no puedo esperar más, tengo que resolver la situación ahora.
Avanzó por la avenida, desierta en esos momentos, con paso firme. Se mojó los zapatos al introducirse en un pequeño charco que se había formado en la acera.
- No importa, este asunto es demasiado importante.
Cruzó la avenida por el semáforo, había varios coches parados cuyos ocupantes miraban perdidos la luz roja, ni se percataron de sus zapatos mojados. En la cafetería donde solía desayunar había gente tomando café, algún niño comiendo uno de esos ricos donuts de azúcar que allí preparaban pero nadie se percató de sus zapatos mojados. Giró la esquina, ya divisaba a lo lejos la silueta de su destino: un edificio de apartamentos de color gris plomo, el mismo tono de las nubes que atenazaban la capital, pensó. Empezó a caminar deprisa. El edificio estaba a unos cincuenta metros, se paró. En el portal la esperaba un hombre con una gabardina gris.
- ¡Parece que hoy todo se ha vuelto gris para mi!, pensó.
El hombre la miró pero no la esperó. Avanzó y entró en el portal. Cuando ella llegó apenas se vislumbraba la sombra de la gabardina gris subiendo las escaleras. El vestíbulo estaba vacío y olía a hierbas aromáticas, probablemente los vecinos del restaurante LAMUCCA de la esquina tendrían clientela. -¡Qué delicia comer allí! Reacia a continuar con agradables pensamientos tocó el timbre del ascensor. Iba al tercer piso pero no iba a subir por la escalera, no con esos zapatos mojados. Entró en el ascensor marcó el tercer piso y se cerraron las puertas.
A partir de este momento supo que no había marcha atrás, no sabía si volvería a comer en el LAMUCCA , o donuts de azúcar en la cafetería de la avenida ni mirar como llueve desde la ventana de su cuarto. Parecía que entraba en una dimensión paralela pero había tomado una decisión y no iba a dar marcha atrás.
Miró sus zapatos que seguían mojados.
-¿Dónde se habrá metido?
Empezó a caminar lentamente, el piso al que iba estaba justo al final del pasillo.
Buscó la llave en su bolso y la introdujo en la cerradura. No lo vio venir, fue cuestión de segundos, de pronto la agarró del cuello, abrió la puerta y la tiró sobre la cama.
- Te dije que fueras puntual, sabes que odio la impuntualidad, ¿has venido preparada?
- Sí.
Abrió el bolso y extrajo un cuchillo de grandes dimensiones.
Una semana tardó la policía en descubrir el cadáver. Los vecinos notaron un fuerte olor a podrido que emanaba de la habitación del fondo del pasillo de la tercera planta.
No había huellas dactilares solo restos de unas pisadas húmedas camino de la puerta.