La tormenta arreciaba pero no era óbice en su cometido. Juan estaba dispuesto a descubrir qué ocurría en ese cementerio. “Los trillizos enterradores”, ese era el título mediático que recibía un caso tremendamente enigmático. Muchas personas les habían visto e incluso varios fallecidos habían aparecido ya en aquel camposanto. Una figura a lo lejos le alertó, todo era lóbrego y la lluvia entorpecía aún más la nitidez de su visión. Esa figura comenzó a acercarse a Juan blandiendo lo que parecía un hacha. Con torpeza debido al barro bajo sus pies, entró con premura en lo que parecía una capilla. Colocó una bancada a modo de tope en la puerta para que no pudiera pasar. “¿Será uno de ellos?”, se preguntó. Pronto, fuertes golpes se empezaron a escuchar al otro lado de la puerta. Esa persona estaba dispuesta a acabar con Juan que se desplazaba a rastras hacia la esquina más lejana. Los truenos sonaban con gran estruendo y en uno de esos destellos de luz que originaban pudo comprobar al otro lado de la capilla otra figura. Los nervios se apoderaban de Juan que apenas podía respirar. Asustado y con la visión nublada por los nervios buscó algo con lo que defenderse. Otro trueno, otro destello de luz y la figura de alguien con harapos viejos ahora mucho más cerca de él. Otro destello, apenas dos o tres bancadas delante de Juan. Pudo distinguirle una sonrisa endiablada portando un rastrillo. No había dudas, había visto a dos de ellos, tal como algunas traumatizadas personas habían descrito. Pero faltaba otro trillizo. El más sanguinario y loco. Tan demente que decían que no sabía lo que hacía, ni quien era… un auténtico demonio con sed de tortura que se vanagloriaba de sus actos y se consideraba un líder respecto a sus hermanos. Notaba su presencia más cerca y escuchaba el rastrillo arrastrar por el suelo. Un nuevo trueno le hizo verle con el rastrillo en alto listo para golpearle. Juan corrió veloz y se introdujo en lo que parecía un armario abierto que cerró inmediatamente después. Allí dentro sabía que no tendría escapatoria. Escuchó la puerta de la capilla abrirse, seguramente dos de los trillizos ya estaban dentro y comenzó a llorar desesperado arrepintiéndose de su osadía debido a su carácter escéptico.
—Ya tenemos a este hijo de puta, acabemos con él de una vez —dijo uno de ellos mientras ponía un candado en el escondite de Juan.
Sintió como ambos portaban el armario a hombros. La ansiedad se apoderó de Juan con el vaivén del viaje. Tras varios minutos posaron el armario en el suelo. Muy aturdido y aterrorizado escuchó como cavaban una tumba como expertos sepultureros. Pronto comprendió que no era un simple armario sino que se había metido en un ataúd e iba ser enterrado vivo. Mientras le echaban la tierra encima pudo comprender su propia locura. Decía la leyenda que el más sanguinario de los trillizos murió enterrado vivo a manos de sus rencorosos hermanos.