En la España rural, en esa otra España, la negra, de superstición.
Una viejo caserón, robusto pero austero. Una niña está grave de neumonía. Cuando esta se encontraba en las últimas, la madre fue corriendo a la iglesia a pedirle a su Dios por el alma de la criatura. Su hermano, dos años mayor, se quedó solo en casa. Abajo, en la cocina, cerca de la chimenea, oía la respiración agónica, procedente de arriba: Aha, aha, aha. El niño junto al fuego, no osaba de subir a la habitación, el miedo y la tristeza le mantenían atado a la silla. Al rato oyó la verja exterior abrirse con su chirriar - ¡Mamá! – dijo, pero pensó ¿Cómo regresa mamá si acaba de marchar? Oyó unos toscos pasos por la graba del camino que llevan al portal - ¡Mamá! – pero no hubo respuesta. El niño se asustó ¿será un ladrón? y corriendo se fue a esconder en la buhardilla situada en lo más alto de la casa. Por el camino pudo volver los profundos estertores de la moribunda: Ahaggg, ahagg. El niño llegó arriba justo escuchando esos extraños pasos entrar en casa. Con paso firme, quién fuese, subía por las escaleras hacía arriba. El niño lo oyó apresado por el pánico. Los pasos siguieron, haciendo crujir el suelo, por el pasillo que llevaba hacía la habitación de su hermana. De pronto, una voz espectral y profunda, dijo - ¿Estamos? - y un fino hilo de voz contestó - Sí, estoy-.
El hermano volvió a oír los pasos que se alejaban. Eran pasos serenos y firmes, pero justo detrás de ellos pudo oír también los pasos apagados de unos pies descalzos. Aquellos pasos, se fueron difuminando hasta perderse. El chaval continuó escondido en el fallado, temblando de terror. Al rato volvió la madre - ¡Josete, Josete! - pero el niño no pudo contestar del susto. La mujer subió a la habitación de su agonizante hija y empezó chillar. La niña estaba muerta. La niña ya era una difunta en la cama. El niño jamás dijo nada, pero sabía que aquellos pasos eran de la Muerte que fue a buscar a su hermana.