Nunca se creería que esto pudiese pasar tan cerca de mi casa. Más concretamente vivo casi al lado del restaurante Lammucca de Pez.
Se dice que antiguamente este sitio era una antigua tahona donde molían el trigo para hacer harina mediante el uso de caballos. Nadie sabe que sucedió exactamente, pero se cuenta que el propietario sufrió un inesperado incendio y no pudo salvar a sus dos caballos que tenia en aquella época. Poco después, se supo también que el hijo pequeño de esta familia desapareció misteriosamente sin llegar a encontrar nunca el cuerpo. Unos dicen que el padre se volvió loco y fue el encargado de prender fuego, otros que fue el niño y que quedó atrapado sin poder salir junto a los caballos.
Al cabo de los años, hubo diversas personas interesadas en dicho local cuando el edificio se reformó e incluyó viviendas en su parte superior. Madrid empezó a crecer como metrópolis y las nuevas generaciones fueron olvidando este suceso, hasta que, en los años 60, el dueño del local descubrió que sus herramientas de trabajo cada día aparecían en diferentes lugares de donde él las había dejado anteriormente. Cuando puso a su ayudante ha hacer la guardia, nadie se esperaba que viese y escuchase aquello. Sus palabras textuales fueron: – Hacia las tres de la madrugada, se empezaron a oír relinchos y la risa de alguien joven, después al ver que las herramientas empezaban a moverse, salí huyendo – Pocos días después, falleció a causa de un atropellamiento. Más tarde, al volver a suceder lo mismo, el dueño puso a otro ayudante a seguir los mismos pasos que su anterior compañero. Este escuchó y vio lo mismo. Pasados tres días, murió por ahogamiento. El dueño cerró el local y jamás pudo llegar a venderlo, estando él en vida.
Sus familiares finalmente pudieron vendérselo a los propietarios de dicho restaurante. Hubo otros camareros que relataron los mismos ruidos, pero en este caso, eran las copas, utensilios y menaje los que cambiaban de sitio. Al pasar tres días de los primeros testigos, ambas camareras murieron de camino a casa, una murió aplastada por la caída de una maceta y la otra fue por un resbalo dándose justo en la nuca. Poco después de lo sucedido, se decidió no tener el local abierto hasta más de las dos de la madrugada para evitar otras muertes. No obstante, de las advertencias, hubo alguien más que se saltó las normas y también murió cuando salía del metro, acuchillado por un vulgar ladrón, desangrándose en las escaleras. Los dueños, esta muerte, no la atribuyeron nunca a los sucesos del propio local, ya que en la ficha de salida constaba que también había salido todos los días a la misma hora que el resto.