La fría y lluviosa noche les recibió al salir del local.
Entre risas y ocurrencias doblaron la esquina en dirección a sus vehículos encontrándose con una estrecha calle peatonal.
Se detuvieron en seco unos metros mas adelante.
Una niña estaba sentada en el suelo mientras hablaba con una vieja muñeca de porcelana.
La fina lluvia había provocado que sus tirabuzones del pelo y el vestidito de encajes blancos estuvieran empapados.
¿ Que haces aquí solo pequeña? - le dijo Arturo sorprendido.
La niña le miró y susurró algo al oído de la muñeca.
Parecía salida de una vieja película de principios del siglo XX, acercó la boca de la muñeca a su oído derecho.
Martina dice...
Se miraron unos a otros sorprendidos por la surrealista escena.
Martina dice... Que llaméis al timbre antes de entrar.- sentenció.
Arturo la miro perplejo.
¿ Donde están tus padres?
Del delicado rostro de la niña emergieron unas lágrimas.
Por favor... Llamar al timbre antes de entrar.- dijo sollozando.
Inmediatamente después se levantó acurrucando a su muñeca en su pecho y se dio la vuelta alejándose.
¿ A donde vas ? - le gritó Arturo.
La niña siguió su camino haciendo caso omiso y giró en la siguiente esquina.
Arturo corrió a su encuentro. Dobló la esquina y ya no estaba. Miró de un lado a otro. Había desaparecido.
Volvió al encuentro de sus amigos sin comprender que pasaba.
Seguro que esta es otra de tus bromas macabras.- le reprochó Aurora.
¿ Y esa copita...? - Le animó Roberto.
Media hora mas tarde estaban delante de la puerta de la casa de Arturo.
Una magnífica casa independiente en las afueras.
Arturo sacó la llave para abrir la puerta.
¡No me jodas Arturo! ¿ No vas a llamar al timbre antes de entrar?- dijo riéndose.
Arturo le miró confundiéndole.
La puerta se abrió muy despacio.
La oscuridad de una casa “vacía” les aguardaba.
Entraron despacio, con cierto temor.
Silvia cerró la puerta tras de si.
- Uhhhhhhh.- gritó Roberto en la oscuridad.
Arturo pulsó el interruptor para iluminar el majestuoso hall de entrada.
La sangre de todos se congeló de repente.
Frente a ellos un panorama de pesadilla.
Todos los cuadros del imponente recibidor estaban vacíos. Solos los marcos y lienzos en blanco salvo alguna excepción donde se podía ver un paisaje o una estancia vacía.
Por que los habitantes de los cuadros estaban allí.
Con ellos.
Para recibirles.
Silvia notó una presencia justo detrás de ella.
Se dio la vuelta temblando y se encontró de cara con un ser deforme de mas de 2 metros que tapaba la puerta de salida. Obeso en extremo y sin rasgos faciales, una masa de grasa inexpresiva que avanzó hacia ella con la mano extendida.
Silvia desgarró sus cuerdas bocales con un alarido ensordecedor.
El grito provocó que todos los habitantes de los cuadros huyeran asustados. Criaturas que podrían ser humanas y animales espectrales corrieron en diferentes direcciones tan asustados como los recién llegados.
De lo que parecía un salón a la derecha, apareció una pareja acompañada de una niña.
Se dirigieron directamente a Arturo.
Pertenecían a otra época. Pálidos y elegantemente vestidos. Sus caras descarnadas por el paso del tiempo. Cogida de la mano del hombre la niña con su muñeca de porcelana.
Lloraba.
El hombre se dirigió a Arturo.
Miró uno de los cuadros indicando a Arturo que lo mirara también.
HAY QUE LLAMAR A L TIMBRE ANTES DE ENTRAR.- le dijo con voz firme y cavernosa.
A la mañana siguiente la señora de servicio entró en la casa llamando antes al timbre como de costumbre.
Algo llamó la atención de la asistenta.
Uno de los cuadros del hall estaba inclinado.
Se dispuso a colocarlo y algo llamó su atención.
Había visto ese cuadro inquietante miles de veces.
Pero algo había cambiado.
Una escena típica de principios del siglo XX.
Un matrimonio burgués con una preciosa niña de unos 10 años que sostenía en su regazo una vieja muñeca de porcelana.
Pero había algo más.
Se acercó hasta casi tocar con la nariz el lienzo.
Un hombre de una época que no correspondía al entorno del cuadro estaba sentado en una butaca.
Desde atrás miraba al matrimonio y la niña con expresión de terror.
En seguida lo reconoció.
Era su jefe... Arturo.