Un graznido rompió la noche...
Nació diez minutos después que yo, nadie la esperaba, llegó arañando las entrañas de mi madre negándose a salir, hasta arrancarla la vida.
Mi hermana era muy hermosa. Creció sentada sobre las piernas de los amigos de mi padre, se disputaban su ternura. Un día amaneció vomitando, cubierta de sangre. Perdió su hermosa sonrisa. Tenía solo siete años. Se volvió hostil, huía de todo contacto menos del mío. Los amigos de mi padre reclamaban su presencia y tuvo que volver a sentarse en sus rodillas... a la mañana siguiente la encontraron colgando de la ventana de mi cuarto, ahorcada por la enredadera. La sangre volvía a fluir entre su enagua. Mi ventana estaba cerrada. Yo desolado.
La internaron en un manicomio. Solo me recibe a mí, nunca dice nada, sus ojos se han quedado huecos, sus manos sujetas a las paredes intentan asir su falda entre sus delgadas piernas agarrotadas.
Hemos cumplido veinte años y ella sigue allí, se va secando como la hiedra enferma. La he llevado bombones por nuestro cumpleaños y ella me ha regalado una nota. Ignoro de dónde ha sacado papel y lápiz. La dije que sí, aunque sabía que la promesa me alejaría de ella. Intenté explicárselo pero se volvió a perder entre su falda. Era mi hermana, se lo debía.
Me convertí en un gran escultor. El mundo se rendía a mis pies. Había trabajado mucho para llegar tan alto. Era el momento... y dí el salto trasladándome a América, (sólo allí podría trabajar con GHB) fueron años durísimos, encerrado en mi estudio, siempre en soledad. Pero se lo había prometido.
Las noches más cerradas me traían el material oculto en cajones de zinc, uno por mes, hasta completar la cadena, el último envío fue el más doloroso... no había marcha atrás.
Cuando se levantó el telón en la Galería de Arte ¡la exclamación fue brutal!. Una veintena de esculturas hiperrealistas a tamaño natural, modeladas en silicona quirúrgica, poblaban la Exposición. Todos eran hombres. Desnudos. Sus partes íntimas ensangrentadas, sus manos cubiertas del secreto fluido de la vida. Sus ojos inyectados de lujuria. Sentada en el suelo con la mirada perdida, una niña destrozada; su boca, su cuerpo, su ropa y su alma desgarradas, un juguete roto a los pies de un vicio sórdido que la sociedad oculta.
El mundo se rindió a mi “Exposición Denuncia” las esculturas parecían tener vida ¡eran tan reales! que muchos intentaron hablar con ellas. Depositaban flores sobre la falda de la pequeña.
Volví al manicomio con las fotos de la exposición y mi éxito arrollador reflejado en toda la prensa. Ella sonrió melancólica. Nos sentamos juntos en un rincón del desolado cautiverio. Descansó su cabeza sobre mi hombro y me preguntó: -¿Están todos? - Si, -conteste,- todos están dentro, dormidos. -¿Y papa? - tragué saliva, me dolía el pecho. Él también.
Ya está... dijo sonriendo. Con un giro brusco me seccionó la garganta.
A pesar de ser su gemelo... era hombre.