Abrió los ojos despacio. Apenas veía pero tras el destello adivinaba borrosos los focos industriales sobre él. Sentía el cuerpo entumecido, la boca reseca. Tendido bocarriba su cuerpo no respondía. Sus sentidos despertaban. El olor a humedad era intenso y un hedor agrio que no sabía identificar. ¿Dónde estaba? Escuchó pasos ligeros y alguien se detuvo a su lado:
- Javier.
Buscó la figura junto a él. Era una mujer menuda. Su cara era un amasijo de arrugas que atrapaban sus ojos pareciendo dos pequeñas bolas negras. Su pelo blanco estaba recogido en un pequeño rodete. Escudriñó su silueta y al descubrir sus manos, sus ojos se desorbitaron viendo el escalpelo que la mujer esgrimía entre sus dedos.
- Acabaremos enseguida.
¿Cómo había llegado hasta allí? Rememoró. La entrevista. Respondió al anuncio de empleo donde una mujer buscaba asistente para darle soporte en una especie de catalogación del legado familiar. Al llegar a esa casa, a más de cuarenta y cinco kilómetros de Madrid sintió escalofríos. Este noviembre está siendo frío, pensó. Su cabeza repasaba ahora la conversación previa por teléfono. Preguntas surrealistas pero que ahora cobraban sentido. ¿Eres soltero? ¿Tienes familia aquí? ¿Con quien vives? Le ofreció un té. El té…
Forcejeó y notó las correas. Movió la cabeza buscando desesperado algo que pudiera cambiar la situación a su favor y entonces las vio. Tres vitrinas en la pared, cada una con un esqueleto. Dos adultos y un niño. La mujer contó que su padre, tras la guerra civil, empezó a sufrir trastornos de esquizofrenia paranoide. No salían de casa, refugiados de los fantasmas que lo atormentaran. Un día, contagiados ya del delirio, cuando no les quedó qué comer, se miraron y sucedió. Primero su hermano, que con su muerte abasteció durante meses y fue el inicio de una connivencia siniestra. La siguiente, por sorteo, su madre que pereció para ser alimento. Cuando pasado un tiempo empezaron a quedarse sin sustento comprendió que quería sobrevivir y una noche, mientras su padre dormía en la mecedora, le golpeó fuerte con la pala una y otra vez hasta que la sangre inundó el suelo. Desde entonces no pudo desengancharse del sabor de la carne humana.
- Gracias Javier, por contribuir a mi legado familiar – Y alzó el bisturí encima de su yugular.
- ¡Marcos! – gritó Javier – Mi compañero de piso. Husmea en mi historial del navegador. No somos amigos, pero notará mi ausencia. Buscará y me encontrará. Te encontrará – Sollozó esbozando una sonrisa que recogió las lágrimas saladas que se deslizaban por sus mejillas.
La mujer sonrió.
- Descansa querido
Con gesto poético rebanó su cuello y Javier notó que su vida se ahogaba entre quejidos.
Diciembre se presentó más frío. La carretera helada hizo el trayecto eterno. Bajó del coche y llamó a la puerta. Escuchó pasos ligeros y una mujer menuda abrió tímidamente:
- Buenos días
- Buenos días. Vengo por la entrevista
- Claro, adelante por favor. Hace frío fuera. Disculpe, ¿su nombre era…?
- Marcos.