Un grito sordo despertó a Lana con los ojos mojados, casi ciegos, la boca seca y la piel sudando. Sintió una punzada en el vientre e impuso sus manos para calmarla. Su corazón galopaba como un caballo asustado. Suspiró para despejarse y volver a sí misma. Juan dormía inquieto a su lado y se había destapado. Lana se levantó como pudo para ir a orinar. Aún no terminaba de acostumbrarse a la incomodidad progresiva del embarazo. Pero, al sentarse en el inodoro comenzó a escuchar el “tan-tatatan, tan-tatatan”.. de los tambores y su corazón volvió a precipitarse. Debía velar por su niña que estaba durmiendo en la habitación contigua a los visitantes. Salió del cuarto hacia el pasillo que conectaba las habitaciones. Eran las 4 am. La música sonaba cada vez más fuerte y, el humo, mezcla de los efluvios del ritual, se escapaba por debajo de la puerta invadiendo lenta y profundamente la tranquilidad del hogar. Para no ceder ante la sugestión, se convenció a sí misma de que debía esperar hasta el amanecer. “La luz del sol acaba con los vampiros” - se dijo y se acostó junto a la niña mientras se abrazaba el vientre. Lentamente, el cansancio extenuante y el ruido de fondo la condujeron hacia un bombardeo de pensamientos: “¿Por qué acepté que vinieran? Una cosa era ella sola. ¿Pero, por qué lo trajo? Todos me decían lo rara que era, que les daba miedo. ¿Y ahora? Devenida en ser de luz con este Pae. La Mae y el Pae para sanar mi embarazo. ¿De qué va ese discurso del amor y la iluminación? Sí, seres de luz enfurecidos porque no quisimos unirnos a tomar sus mezcolanzas y pagar por su servicios…pero, si yo no les pedí nada. No he parado de atenderles, cuando debería yo descansar. Toda la casa llena de sus pelos, sus olores, invadidos por su música. ¿Y ella? Mi supuesta amiga. Si no podía mirarme a los ojos. Le importó un pito mi embarazo, mi niña, yo. ¿Y yo? Si yo los recibí, acá, en mi casa, en mi hogar con mi familia. Basta, basta, basta… shhh, tranquila, relájate, se irán en la mañana.”
Sumergida en el ensueño, sintió cómo le sujetaba la cabeza para hacerle beber aquel brebaje nauseabundo. Lana se resistió con su última gota de energía, en vano. Su cuerpo desahuciado sólo podía moverse a fuerza de los retorcijones en su vientre. La música se había vuelto ensordecedora y al tan-tatatan, tan-tatatan de los tambores se agregaron risas, llantos, gemidos y versos ininteligibles. Aturdida, Lana, ya no podía pensar. Los demonios se habían despertado y danzaban a su alrededor. Los rostros de sus visitantes se habían multiplicado en miles de caras y en fractales. Finalmente, con un bramido, la bestia se montó encima de Lana y comenzó a apretarle el estómago para terminar su cometido. Absorbida por la profunda oscuridad del mutismo y la parálisis, se rindió al horror de entregar su semilla al sacrificio, en un grito sordo.