Manhattan, 24 de abril de 1891
Tanta podredumbre me enferma. Pero debo terminar lo que se me ha encomendado. Miro hacia la puerta. Parece que hoy se resiste a aparecer...
¡Maldito tiempo perdido!
Me gusta que las cosas salgan como yo quiero, ¡y la quiero a ella!
Está podrida por dentro, con el alma perdida. Tiene la desfachatez de corromper su nombre. Se hace llamar Shakespeare y su apestosa boca ensucia sus versos, recitándolos...
Le doy un último trago a mi vaso sin perder de vista la puerta de la taberna.
Por fin aparece, y un calor sube por mi entrepierna haciendo que estallen bolas de ácido en mi estómago, como en un pantano. Ahí está Carrie, o como la llaman aquí: La vieja Shakespeare… Y ya está ebria.
Me siento junto a ella. Se gira a mirarme y sonríe, enseñando su dentadura negra y destrozada, mientras dejo caer sobre la barra, una bolsa llena de monedas, que atrae su atención inmediatamente.
― ¿Me invitas?
―Faltaría más ― le contesto.
El mesero deja dos jarras de cerveza encima de las tablas podridas de la barra.
¡Ya es mía! Imagino su sangre fluyendo por mis manos. Me provoca tanto placer mirarle esos ojos enrojecidos por el alcohol, mientras poco a poco le aprieto la garganta extrayéndole su último halo de vida.
Me pierdo tras las cortinas de mis parpados en el recuerdo de sus manos intentando liberar las mías de sus gargantas; mi rostro reflejado en sus ojos fuera de las órbitas, mientras con la boca abierta intentan exhalar el aire que yo les quito.
Y en ese momento ¡el clímax! Un corte de izquierda a derecha de mi cuchillo con el que les rebano el pescuezo, y miro como la sangre va llenando mis manos.
No creo que aguante otra jarra de cerveza, me digo mientras sostengo su espalda evitando que caiga hacía atrás al perder el equilibrio.
Me sonríe engreída. Por ella, por todas ellas solo puedo sentir un profundo asco, y un odio tan poderoso que hasta me perturba, y que no consigo aplacar ni cuando yacen muertas ante mí, con sus cuerpos abiertos en canal, sus intestinos esparcidos y sus senos desmembrados.
Se dice de esta que fue actriz, y que acabó en la calle vendiendo su obeso y ajado cuerpo por culpa del alcohol. Si la miro con detenimiento puedo traslucir lo que en su momento fue y con el tiempo perdió. Las ganas de terminar con este flirteo estúpido son tan ponderosas que temo asustarla.
Por aquí ya he oído hablar de mí. Sé que me conocen y todas están avisadas. Toman precauciones, hasta que están completamente borrachas, claro. Quizás sea mejor darle un poco más de su brebaje, que no pierda la consciencia. Eso no, no sería tan divertido… Tendré paciencia.
Será mía completamente, y entonces le quitaré esa estúpida sonrisa y el brillo de sus ojos.