LA SOMBRA VORAZ
Corro con mi hija de la mano, prácticamente la arrastro conmigo. Todos intentamos precipitarnos hacia la luz y algunos nos miran con caras desencajadas cuando nos adelantamos a ellos.
Adivino que algo terrible acaba de suceder, la sombra engulle vorazmente a todo aquel que transita detrás nuestro. Se escuchan gritos ahogados en llanto que se desvanecen al ser alcanzados por esa maligna entidad: así como se desmoronan sus cuerpos, se desintegran sus espíritus.
Cargo a mi pequeña para ir más rápido, pues ese ente obscuro viene pisándonos los talones. Delante nuestro, como a 50 metros, resplandece un fuego hermoso, blanco incandescente y puro que destruye a cualquier lóbrego ser que se acerque, así como expurga cualquier negatividad que uno albergue.
Mi vástaga se aferra al par de brazos que la sostienen, se sabe segura y confía en que llegaremos a la meta antes de perecer. Estoy a punto de dar el último paso, de salvar la vida de mi retoño y en un instante, ella toma con sus manitas mi faz y la gira hacia atrás para que descubra a nuestro cazador.
No hay otro monstruo, no hay otra penumbra más que la que genera mi silueta al ser alumbrada por la flama. Doy el último paso, estamos a salvo, estamos todos ahí unidos, juntos, por fin, estamos en paz, en las fauces de mi corazón.