Los apagados rayos de sol filtraban una engañosa luz de esperanza entre negruzcas nubes que descargaban voraces y fieras. La barca navegaba a bandazos en un revuelto mar enfurecido. Seis horas luchando contra ese gigante embravecido que se deshacía de todo cuanto rozaba sus olas plateadas, ahora grises.
Comprobó las coordenadas: Latitud y Longitud incorrectas.
Fumaba nervioso contemplando la fosforescencia del cigarro sobre la rechinante madera. Estaban a escasas millas de la costa. La lluvia, dañina como puntas de sílex se cristalizaban sobre el vidrio sin apenas tocarlo. La nave se mecía, no ya como una nuez, como el ala de un insecto gigante, perdida sobre la revuelta espuma. Los marineros, bajo proa se acumulaban empapados para calentar sus cuerpos que olían a perro mojado. Sólo el capitán sería capaz de salvar sus vidas de aquel infierno disfrazado de enero... Les quedaba rezar o cerrar los ojos en espera de lo ineludible.
Fuera, se frotaba los ojos cegados por las gotas de lluvia que menudeaban condensándose en sus pestañas. Ya no había horizonte. Se había disipado entre la turbia tormenta y el agua agitada. Cielo y tierra se separaban por una franja degradada de tonos pardos.
Entonces la vio, tras unos minutos escuchando su voz, cantada entre las feroces aguas…
Una mujer.
Algo similar, porque parecía tener una plateada cola de pez que sobresalía flotando dejando ver sus desnudos pechos relucientes, brillantes como el resto de su piel. Esbozó una sonrisa y a continuación abrió la boca, llena de grisáceos dientes afilados profiriendo un estruendoso grito. Iban directamente contra ella.
El capitán miró al cielo, la nube grisácea cada vez parecía más oscura y se extendía, cubriéndolo. Cercana ya, se divisaba la gran ola con aquel ser de otro mundo.
La ola de veinte metros, avanzaba furiosa, con aquel ser hermoso e imposible, cabalgándola, justo contra la barca, cada vez más pequeña e insegura. Giró el timón al máximo para aprovechar la fuerza de la ola sin sucumbir a su terrorífico envite. Sólo había dos opciones. O la ola engullía el barco o el impulso les acercaba hasta la cercana orilla.
El fuerte viento ahuecaba la ola en avanzada segura y firme, poderosa, silbando entre el inmenso cilindro cóncavo con aquello aullando desde dentro.
Se aferró fuertemente al timón y cerró los ojos no sin ver cómo antes la proa golpeaba violentamente a la sirena.
Angustia y vértigo.
La terrible serpiente azul de agua salvaje cruzó por debajo levantando un estrépito hondo y profundo, como trueno que retumba en la montaña. Tuvo la dolorosa sensación de ser lanzado sobre las olas por un mar que les escupía contra la orilla junto aquel ser marino, adosado al casco.
Despertó en la arena mojada. La feroz ola les había incrustando entre roca de granito y argamasa descompuesta. Sudoroso, miró la proa del barco destrozado y vio que donde antes no había nada ahora había un mascarón de madera vieja.
Una mujer que se aferraba al barco y que nunca había estado allí.