Fue en aquel tramo donde se cortaba la playa, cuando, sin previo aviso, un fuerte viento levantó la arena. Padre e hija se cogieron de las manos, de forma instintiva, previendo que algo les iba a separar si no lo hacían.
El viento les llevó fuera de la playa hasta un camino de tierra, bordeado de vegetación espesa, sobre todo zarzas.
La joven se hirió una mano con una de ellas, pero no se quejó. La sangre brotó de la herida y manchó su vestido blanco con pequeñas gotas.
El hombre miró a su hija con una intensidad rayana en la locura. Después la cogió en brazos y caminó, haciendo frente al fuerte viento.
El camino subía un trecho hasta llegar a un descampado. A unos metros se divisaba una casa vieja y con señales de deterioro, pero como el viento seguía, decidieron refugiarse allí.
El hombre abrió la verja, que estaba desencajada y chirrió. De la verja a la casa había unos pocos metros. Se podía ver la puerta de la casa, que estaba tirada en el suelo, y las paredes desconchadas y algunas derruidas.
La casa mantenía, a pesar de su evidente estado de abandono, una presencia imponente, con sus tres plantas, Las contraventanas, pintadas de color verde, golpeaban la fachada, produciendo un sonido tenebroso. Una torre coronaba el conjunto.
El jardín que la rodeaba parecía una selva. Había un pequeño estanque, formado por dos sirenas con signos de haber sido azotadas por el tiempo, una de ellas tenía uno de los brazos rotos, y a la otra le faltaba media cara y tenía la pintura levantada, y sucumbía a la mala hierba, sin oponer resistencia.
Todo el espacio que ocupaba la casa y el jardín estaba delimitado por un muro alto, donde la vegetación también era la dueña absoluta.
Entraron en la casa, para guarecerse del viento que seguía soplando con fuerza. En el salón, parte del techo se había caído, llenando el suelo de cascotes. De la escalera, que subía a las plantas superiores, sólo quedaban tres peldaños de madera.
Inspeccionaron todas las habitaciones de la planta baja hasta que se encontraron con una habitación que tenía la puerta cerrada y no se podía abrir. Era una puerta que no estaba en consonancia con el resto de la casa, por su aspecto más nuevo.
Ya iban a darse la vuelta, cuando escucharon unos gemidos detrás de la puerta, y ésta se abrió de golpe.
Una sombra les golpeó, pero antes de perder el conocimiento pudieron ver cómo la casa recuperaba su antiguo esplendor.
Varios días después, un pescador se encontró en la playa, cerca de las rocas, a una mujer y a un hombre en estado de inconsciencia.
En el hospital, recuperaron la conciencia. Aunque dieron muchos detalles de donde estaba la casa, la policía nunca la encontró.