Cuando quedé embarazada, nos mudamos fuera de la ciudad. Mi marido trabajaba en telecomunicaciones y le ofrecieron una casa muy amplia y bonita en medio de la nada, para dar mantenimiento a las antenas en los sitios más remotos y evitar averías, en especial durante el invierno. Esto era en los noventa, antes de que todos tuviésemos móvil e internet en casa. “El campo es buen lugar para una familia” dijo, no sé si convenciéndome o convenciéndose él mismo. “Además, mira esta casa... con jardín y piscina. A que siempre has querido tener piscina.”
Pocos meses después nació Jaimito, mi chiquitín especial. Nació prematuro, pero sano, en la clínica del pueblo más cercano, a unas tres horas. Yo, siendo madre primeriza, todo el día estaba de nervios. Se veía tan frágil que todo me asustaba: alimentarle, cambiarle pañales, darle un baño... fue aterrador pero maravilloso, estábamos muy unidos. Cuando Jaimito tenía tres años, volví a quedar embarazada de una niña. Estaba tan ilusionada...
Pero la vida no siempre es ilusión. Un día, nadando en la piscina, sentí un terrible dolor en el vientre. Estaba sangrando. Tomé a Jaimito y manejé hasta la clínica, en completo pánico. Cuando por fin llegué a la clínica, me desmayé. Al despertar vi a mi marido, los ojos inflamados por el llanto... no tuvo que decirlo, yo ya lo sabía: habíamos perdido a la niña.
Nos costó superarlo, pero teníamos que ser fuertes, en especial por Jaimito. También fue duro para él. Le habíamos explicado que tendría una hermanita pronto y no entendía por qué ya no sería así. “¿Es porque me he portado mal?” preguntaba. Me deshacía el corazón. Al poco tiempo lo noté hablando solo, tenía un amigo imaginario. Mi esposo dijo que era normal para un niño de su edad, y más uno que había esperado una hermana para jugar. El doctor estaba de acuerdo.
Mi esposo quería otro hijo, a mí me aterraba volverme a embarazar. Me convenció Jaimito; verlo jugar con su amigo imaginario y pensar que pronto empezaría el cole... me quedaría sola en casa. Así que lo intentamos. Poco a poco todo se volvía nuevamente normal.
Un día, mientras Jaimito jugaba en el jardín, entré para revisar la comida. Juraría que no me distraje ni un minuto... cuando salí Jaimito estaba flotando bocabajo en la piscina. Intenté desesperadamente reanimarlo, pero fue en vano.
La misma tarde que murió, supe que estaba embarazada. Cubrimos la piscina y dejamos una terraza con muebles de jardín. Nueve meses después, nació Raúl. Me convertí en una madre sobreprotectora, nunca le he quitado la vista desde que nació. Está por cumplir cuatro. Nuevamente, todo parecía normal, hasta hoy, que noté que Raúl tiene un amigo imaginario. Estaba en la terraza jugando, pero algo parecía molestarle.
– ¿Qué pasa? – Pregunté.
– Es mi amigo.
– ¿Cómo se llama tu amigo?
– Jaime.
– ¿Como papá?
– Sí.
– ¿Y qué pasa con él?
– Dice que quiere nadar, pero que no está la piscina. Mamá, ¿por qué ya no tenemos piscina?