Otra vez ese puré de garbanzos. El señor Thompson estaba harto de cenar cada día la misma
mierda en aquel antro. “Menudo cabrón es mi propio hijo” pensaba cuando veía esa asquerosa
crema marrón y recordaba cómo le metieron en aquel asilo barato su primogénito y su nuera.
“Lo siento, papá. Pero con nuestro trabajo ahora mismo no te podemos cuidar en casa. Te
sacaremos de aquí pronto”. El señor Thompson entendía que su hijo no podía estar a la hora
de cenar cada día siendo corresponsal de guerra. Creyó sus palabras. Pero llevaba ya allí 18
meses y el teléfono dejó de sonar hace ya mucho. Al señor Thompson no le gustaba el asilo, ni
su comida, ni los demás residentes, ni los trabajadores que le lavaban el culo, le regañaban por
protestar y lo atiborraban a relajantes para que no diese guerra. Los días pasaban, la muerte
cada día conquistaba un poco más a su cuerpo y la mente del señor Thompson se abandonaba
en el tedio. Añoraba tener una conversación normal con dignidad, con alguien que le
escuchase como a una persona, no como a un trozo de carne a punto de caducar que va a
dejar pronto la cama al próximo cliente. El señor Thompson intentó llamar a casa varias veces
por teléfono, después de montar un buen jaleo con los enfermeros con algún mordisco de por
medio. La única vez que el auricular fue descolgado por la otra línea, sólo escucho a su nuera
susurrar “¿quién?”. Al preguntar el señor Thompson por su hijo, enseguida la llamada fue
cortada. “Me han abandonado aquí para siempre”, pensó. Se sentía abrumado por la soledad
en un mar de mentes seniles. Sin poder hablar con nadie. Por esto, recurrió a un
entretenimiento de su juventud para tener con quien charlar. Lo había hecho alguna que otra
vez con amigos, pero recordó que también podía hacerse con una sola persona. Después de
ser acostado, cogió un viejo cuaderno y con una temblorosa escritura escribió el abecedario,
los números del 0 al 9 junto con una gran “SI” y un gran “NO”. El señor Thompson puso
bocabajo el vaso de su medicación y dijo:
-¿Hola?
El vaso no se movió.
- ¿Hola? Por favor, ¿algún espíritu quiere hablar con este viejo?
El vaso lentamente, empezó a moverse hasta el “SÍ”
- ¿Realmente estoy hablando con alguien?
El vaso se volvió a mover rápido al “SÍ”
- No sé si estoy haciendo una locura. Necesitaba que alguien me escuche de verdad. Me siento
tan sólo....
El vaso empezó a moverse por el abecedario marcando letras: “A-Q-U-I-T-A-M-B-I-E-N-E-S-T-O-
Y-S-O-L-O”
-Ya me imagino que tu estarás peor que yo. ¿Cómo es aquello?
El vaso marcó: “O-S-C-U-R-O-N-A-D-I-E-S-I-L-E-N-C-I-O-S-O-L-O”
-Te entiendo perfectamente- dijo el señor Thompson en la penumbra de su dormitorio. -
¿Podrías decirme algo que me animara?
Después de un buen rato, el vaso se movió por última vez aquella noche. “T-E-Q-U-I-E-R-O-P-A-
P-A”
El vaso cayó al suelo. A la mañana siguiente, los enfermeros encontraron al señor Thompson
sin vida en su cama con una ouija en el regazo. Fue enterrado al día siguiente junto al nicho de
su hijo.