La niña cogió los brazos de su muñeca , la alzó al vuelo y comenzó a darle vueltas a su alrededor, como si de un tío-vivo se tratase.
—¿Te gusta, muñequita?—le preguntó—. ¡Claro que te gusta! Lo que pasa es que no sonríes… voy a arreglarte.
La tomó entre sus brazos y la llevó a la cabaña del jardín, donde atesoraba sus más preciados objetos. Eligió un pintalabios acorde a la ropa que llevaba y con sumo cuidado le dibujo una sonrisa.
Decidió que quizás le faltaba algo de color en las mejillas y, usando unos polvos rosados que cogió prestados del tocador de su madre, acabó de maquillarla.
Luego buscó un espejo y lo acercó a la cara de la muñeca.
—Ahora sí, ahora estás más guapa. ¿A que sí? Se te ve más contenta.
La pequeña encendió un viejo radiocasete a pilas que le regaló su abuelo y puso la emisora de música actual que tenía sintonizada.
—¡Bailemos!—gritó, alegre.
Cogió una de las pequeñas manos de la muñeca y empezó a moverse al ritmo de la música pero las cosas no iban como ella quería, la muñeca se caía del lado del que no estaba sujeta y el baile era torpe y descoordinado.
—¡Tienes que aprender a moverte mejor!—gritó, enfadada—. ¿No ves que así no bailamos bien? ¡Pon algo de tu parte!
Luego se arrepintió de sus palabras y de su tono de voz y tomó de nuevo a la muñeca entre sus brazos.
—Perdona, pero tienes que entender que no puedo cogerte siempre en brazos, así no se puede bailar—le susurró, cariñosamente.
La observó con ternura y se dio cuenta de que estaba despeinada.
—Siéntate aquí—le dijo, al tiempo que la colocaba apoyada en una pared—. Y no me hagas enfadar más. Llevas un vestidito precioso, ¿sabes?
Pasó un largo tiempo cepillándole los graciosos mechones que caían por su frente. Cuando tuvo que peinarle el cabello de la parte trasera de su cabeza, la incorporó un poco. De pronto, su cepilló apareció teñido de rojo.
—¿Lo ves? ¡Ya has hecho que me enfade otra vez! ¿Por qué tenías que hacer esto? ¿No ves cómo me has ensuciado el cepillo?
En los alrededores de la cabaña, los padres de la pequeña, junto a familiares y vecinos, hace rato que inspeccionan la zona, desesperados.
Cuando la pequeña los ve, coge la muñeca y la esconde tras su baúl de disfraces.
—Alba! Muñeca, muñequita, ¿dónde estás?— se oye gritar cerca de la cabaña.
—Sshhtt! —pronuncia la niña, colocando el dedo índice sobre sus labios—. Tú de esto ni media palabra, eh! Si no, sí que me enfadaré muy, mucho.