Contaban los periódicos que dormía desnuda, apenas envuelta en el aroma de Chanel número 5, pero eso no era verdad. Se envolvía en pijamas de franela, se cubría con un edredón de plumas de innumerable valor, y escondía sus ojos bajo un enorme antifaz. Dormía sin maquillaje, sin focos a su alrededor y encogida. Trataba de olvidarse de Marilyn en su enorme cama.
Aquella noche, en medio de sus sueños, sintió un cosquilleo en su pie izquierdo. Al poco rato, la misma sensación se repitió en sus brazos. Estiró uno y vio como una pequeña hormiga se paseaba entre el vello de su piel. La apartó de un manotazo. Se estiró voluptuosamente, como hacía en sus películas, pero saltó de la cama. Le aterraban los insectos.
Encendió la luz y entonces comprobó que su querida y mullida alfombra en la que colocaba aquellos pies adorados por el mundo, estaba poblada de hileras negras donde miles de pequeñas alimañas se paseaban impúdicas en busca de algo que no encontraban. Rápidamente sus trabajadas uñas rojas quedaron sepultadas por aquella avalancha de bichos que bailaban a su alrededor. Buscó en la habitación para averiguar de dónde salían aquellas sabandijas y encontró su extraño origen, una pequeña grieta ubicada debajo de la ventana junto al radiador de la calefacción. Salían a miles, como un ejército invasor.
Se quedó callada, no quería asustar a su doncella que la había visto demasiadas veces en un torbellino de locura. Ahora era Norma, no la estrella de cine de sensuales labios y sólo necesitaba algo para que aquella pesadilla volviera a ser un dulce sueño. Pero, le picaban en las piernas, le mordían los brazos y estaban alcanzando su cuello. Se rascó la cabeza y al agitar su preciosa melena rubia, vio que cientos de bichos le caían por los hombros.
El asco le alcanzó la garganta. Sintió que el vómito le salía, y que tormentoso explotaba, y caía al suelo. Miles de insectos se abalanzaron sobre él, devorándolo como si de un nuevo maná se tratara. La saliva le resbalaba por la barbilla y aquellos invasores la chupaban sedientos. Intentó gritar, pero no pudo, estaba envuelta en aquella tormenta de animales, que se agigantaba por momentos.
Trató de tapar la fisura con la bata de seda del color del marfil que cubría su cuerpo desnudo al despertar cuando los periodistas le acechaban para verla despertar, pero aquellas bestias cruzaban la tela, y escapaban, y formaban largas filas invencibles. El suelo estaba cubierto de miles de diminutas fieras que sin respeto alguno se metían seguras por todos los escondites secretos de su cuerpo. Cayó sobre la moqueta, y ante sus ojos miles de pequeños invertebrados danzaban locos debajo de su cama, y sepultaban los hermosos objetos de su cuarto.
A la mañana siguiente, la sirvienta que abría las cortinas, la encontró tirada en el suelo, una hormiga solitaria salía de su ombligo y proyectaba sus antenas hacia sus dientes.