El coche avanzaba en la noche a través de la estrecha y solitaria carretera, sorteando a duras penas los charcos que la lluvia cesada hacía solo unos minutos, produjo durante toda la tarde. La vieja mansión se encontraba en tierra de nadie. Lo suficientemente lejos de todo como para ser el sitio ideal para hacer fluir ideas y cebo perfecto para que la inspiración, perdida hacía tiempo, volviera a invadir el cerebro del incipiente escritor. Su precio, bastante asequible dado el tamaño y estado de conservación del caserón, no le hizo recelar; su ansia de alejarse del mundo civilizado dominaba en ese momento su vida.
Al fin, bañada por la luz de la luna llena, la silueta de la casa se dibujó imponente e inquietante, a lo lejos. Quizá, si el ansia de apartarse de la sociedad bulliciosa no tuviera secuestrado su sentido común, la visión tétrica que la antigua residencia producía, habría creado un rechazo que cualquier persona en dominio pleno de sus sentidos, hubiese notado de inmediato.
Bajó del coche y rápidamente descargó las dos maletas que constituían todo su equipaje. El frío helador dificultaba el movimiento de su mano derecha buscando en el bolsillo de su abrigo la llave de la mansión. Cuando la encontró, se dispuso a abrir la puerta para ponerse a buen recaudo de la baja temperatura. Una sensación de triunfo recorrió su cuerpo cuando dejó las maletas en el suelo del vestíbulo y una sonrisa invadió su cara. Definitivamente éste era el lugar que él buscaba para dar rienda suelta a su imaginación. Era tal la satisfacción que notaba, que no percibió la presencia de algo que desde la planta alta y asomado a la vieja baranda de madera, observaba sus movimientos.
Pasaron los días. Ni siquiera los ruidos nocturnos perturbaban su estancia allí. Las casas viejas crujen, parecen tener vida propia…e incluso lloran.
Las jornadas eran prolíficas en las manos del joven escritor; pero lo que salía de su mente, casi sin poder dominar, no era precisamente la dulzura que la novela romántica que él había pensado, precisaba. Frases duras, inconexas, soeces, se plasmaban en el blanco de la pantalla; incluso su mirada se transformaba cuando se sentaba delante del portátil, rodeado de muebles antiguos los cuales emanaban un olor mezcla de humedad y madera vieja.
En el transcurso de una noche, los ruidos nocturnos se acentuaron hasta el punto de despertarlo. Cuando súbitamente abrió los ojos, solo acertó ver al fondo del viejo dormitorio, una figura alta, vagamente iluminada por la luz de la luna, que difuminada por la tupidez de las amplias cortinas, entraba por el ventanal.
No le dio tiempo a más, unas manos huesudas agarraron su cuello mientras veía unos ojos felinos y una cara creada en el mismo infierno. Solo pasaron unos segundos hasta que una visión inusual, como a ras de suelo, le hizo comprender con horror que el cuerpo inerte, sin cabeza, que a unos metros reposaba sobre un charco de sangre, era el suyo.