La terrible sensación que produce sentirse observado sin que nadie esté presente, y el frío, el frío que produce el acero de una navaja al atravesar la piel hasta llegar al hueso, sentir como se abre camino serpenteando hasta ofrecer la estocada mortal al topar con el pulmón.
Seis días antes
Elías, un cuarentón algo desgraciado comenzó a trabajar de guarda de seguridad en un edificio histórico en el casco antiguo de la ciudad. Sobre esa casa palacio recaían numerosos rumores y leyendas, los cuales algunos se han contrastado y otros, corren como la pólvora en el mentidero: Asesinatos de la guerra civil, logias masónicas, sectas de poder que realizaban rituales de sangre, muertes que se dieron en extrañas circunstancias, y un sinfín de historias cargaban de energía aquella majestuosa casa que al entrar por su hermoso patio, sintieras como costaba respirar, la atmósfera del edificio se antojaba pesada, angustiosa y escalofriante.
Una enigmática llamada ofreció la Contratación al pobre desdichado para reforzar la vigilancia durante la exposición de un hallazgo ocurrido en la ciudad. Un libro vinculado a la historia oscura de aquel edificio, hacía referencia a una logia con sede en San Antonio que consiguió un sistema de favores con el mal más puro y primigenio. El fuego, agua, hierro eran los conductores. la sangre de vírgenes y niños la llave para conseguir sus propósitos. Realidad o ficción la verdad, es que este edificio fue sede de truculentas historias.
Elías comenzó su turno en la planta superior, donde se encontraban las oficinas. Sugestionado por los rumores de que un ente arrojó a una mujer por las escaleras tras verlo en el espejo que las engalana, hizo un barrido rápido desde el panel de control. La cámara siete situada en uno de los salones isabelinos de la segunda planta llamó su atención, parecía no estar solo. Escasas milésimas de segundos bastaron para erizar cada vello de su piel al ver como una a una fueron fallando.
Tragó a duras penas la poca saliva que le quedaba, tembloroso y linterna en mano bajó las escaleras sin levantar la vista del suelo. Su corazón latía tan rápido que retumbaba en sus oídos. Alumbrando a izquierda y derecha se dirigió hacia la biblioteca donde se guardaba la colección.
Su mente, presa del miedo le chivaba agónica que corriese, pero no la ignoró. Tras intentar con varias llaves, logró abrir la puerta que chirriaba por la humedad en las bisagras. Al cruzar, una furtiva sombra seguida de una corriente de aire le hizo dar un respingo, sintió como un escalofrió recorría toda su columna, causándole ese pellizco en la nuca tan peculiar que nos hace que se nos hiele la sangre. Luego, la nada.
Elías intentó pedir auxilio a la gente que allí se encontraba. Exhausto y confundido por lo que parecía una laguna mental, se acercó a un corrillo que observaba algo en el suelo, su cadáver.