Con sus pertenencias a cuesta avanzaban con el ánimo alicaído, sólo esperanzados en una ayuda que venga del cielo, donde su poderoso morador pudiera ordenar a las nubes que cese la lluvia. Porque en medio de ese diluvio, podrían ser presas fácil de una manada de pumas de la restinga y los devorarían en minutos, si estuvieran hambrientos.
Pese a todo, sintieron hambre y deseaban degustar su comida, pero uno de ellos advirtió que el aroma de la bucólica podría ser olfateado por reptiles venenosos como serpientes, culebras y boas, entre ellas la temida Anaconda, conocida por su capacidad devoradora, que en momento de hambre es capaz de deglutir una vaca de un solo bocado. Este ofidio de piel escamosa, es la mayor serpiente americana, mide nueve metros de longitud.
En alguno de los taladores, sus reflejos ya no respondían debido a que el binomio cuerpo-mente estaba entrando en decrépito. Su estado emocional los iba llevando hacia un estado depresivo crónico, del cual estaban prontos a dar el siguiente grado psíquico: El terror. Es decir, que sus intentos por sobrevivir sólo dependían de su intuición o instinto animal, atributo que posee el hombre como último recurso para vencer las condiciones adversas.
Pero, de repente, uno de ellos dio un grito terrorífico. Estaba tendido en el suelo fangoso. Le consultaron que había sucedido y les respondió con voz quebrada:
-“Sentí la mordedura de un insecto en el brazo derecho, a la altura del hombro, enseguida el torrente sanguíneo de mis venas percibió que había entrado un líquido extraño, eyaculado por el animal. Sentía como la pócima venenosa contaminaba mi sangre”-.
Le pidieron que se calmara porque iban a extraerle el veneno mediante succión bucal. El talador había sido picado por una araña gigante– especie de tarántula del desierto o viuda negra-, cuyo veneno contiene una fuerte dosis contaminante, que podría causarle la muerte si no recibía una atención inmediata.
En estado lastimero por la alta fiebre que tenía por la picadura del insecto, comenzó a tener alucinaciones y gimiendo dijo:
-“¡Cuidado! Vienen unos desconocidos. Parecen de otro planeta, sus rostros son brillantes. Nos quieren secuestrar. Están en el mato oscuro, su vestimenta emite luces. Tienen brazos y manos grandes, y fuertes, que arrancan sin esfuerzo las ramas de los árboles, sus pisadas dejan profundas huellas en el piso, su rostro refleja una sonrisa soberbia y de superioridad”-.
Luego suspiró. Hizo silencio, movía su cabeza para ambos lados. Su rostro estaba empapado de sudor, tiritaba, por momentos se ponía rígido. Pasó unos minutos y comenzó a gritar de nuevo, con cierto dolor lastimero, casi de moribundo dijo:
-“Ayúdenme. ¡Por favor, no quiero morir aquí! Necesito estar junto a mi esposa e hijos. Deseo que complazcan mi último anhelo, se lo agradeceré infinitamente. Tal vez ya no los vuelva a ver, pero dejaré este mundo con la alegría de haber participado en la festividad del primo del Señor Jesús”.
Luego, se oyó el crujir de dientes de pumas, los habían devorado.