Cuando llegue Armando, creo que me tomaré una Black Pizza. Un día es un día y hoy hay que celebrarlo. Se acabó la pesadilla.
Las señales estaban ahí y el detonante fue la muerte salvaje a los pies del Ángel Caído del Retiro. La víctima tenía un extraño tatuaje en la mano en forma de cucaracha. El jefe le asignó el caso a Román.
Seis días después, Román me llamó para reunirnos y contarme algo tan importante que no podía decírmelo en la comisaría. Me pareció extraño, pero accedí a reunirme con él. Cuando llegué a su casa, lo vi seriamente preocupado. Con voz entrecortada me relató su investigación.
Las pistas le llevaron a un Club de élite de esos que para entrar debes ser avalado por varias generaciones de socios. Allí habló con el director sobre la víctima, que había ingresado en el club hacía escasos meses. La conversación no aclaró nada a Román. Su olfato le decía que había gato encerrado. Esa noche se metió dentro del Club y descubrió que era la fachada de una secta, pero no una secta cualquiera. Era una secta infiltrada en todos los estratos sociales para controlar el mundo y servírselo en bandeja a un Dios Oscuro, Hul-Shagoot, una deidad cósmica. Pensé que Román me tomaba el pelo, pero me enseñó las pruebas: documentos, fotos… No me lo podía creer.
De pronto, detrás de nosotros, oímos un sonido y nos volvimos. Román se sorprendió. Era el director del Club. Nos apuntaba con un arma. En su muñeca se veía el tatuaje de la cucaracha. Sin mediar palabra, disparó a Román. Sus sesos me golpearon la cara como un entresijo sanguinolento. Sin pensarlo, agarré un cenicero y se lo lancé al asesino. El impacto le saltó un ojo. Se llevó la mano a la cabeza y yo aproveché para intentar reducirlo. Forcejeamos y el arma se disparó. La sangre me salpicó la mejilla. El tipo, moribundo, me agarró del brazo y sonrió con una expresión que me heló el alma.
El caso se cerró. El club se limpió las manos gracias a sus abogados, quedando libre de acusación. Las culpas se las echaron al muerto. Era una victoria agridulce, pero es lo máximo a lo que podemos aspirar con la justicia que hay… Una cosa me perturba ¿Por qué sonreía al verme con la sangre?... Me… me duele la cabeza... Estoy mareada…Yo… ¡¡Ahora por fin lo veo claro!! Sé porqué se reía. ¡Qué tonta fui! ¡¡La sangre al tocarme me hizo suya, de la familia!! Ha tardado un poco más en contagiarme que a otros. Tal vez mi genética.
En estos momentos me poseen pensamientos nuevos. Sé la historia del club y de nuestro alabado Hul-Shagoot, de los planes a lo largo de este siglo, de los hermanos durmientes esperando la señal… ¡Soy feliz! ¡Más de lo que nunca fui!
Creo que cuando venga Armando tomaré de postre la tarta decadente de chocolate. Un día es un día y hoy hay que celebrarlo.