La fría soledad.
13 de Abril de 1978.
Cuando vine a vivir a Madrid, después de la separación, siempre deseé tener un piso con un balconcito, una pequeña parcela de aire dentro de estas paredes que, por momentos, me parecen enormes y frías. - Así son los pisos antiguos del barrio Chamberí. Me dijo la anterior dueña, una señora con la que no tuve más contacto después de firmar los papeles. Me encantaba salir al balcón a fumar, a cualquier hora, hiciese un sol espléndido o cayera la tormenta del juicio final, pero las vistas se reducían a la calle de abajo, y al edificio de enfrente, que era muy parecido al mío, salvo que estaba un poco más deteriorado en la fachada.
Por aquel entonces era director de una pequeña compañía de teatro, en La Latina, con lo cual trabajaba y vivía más de noche, tratando de dormir por las mañanas. Me gustaba llegar a casa tarde, y saber que todo el mundo dormía tranquilo, como si me estuvieran esperando. Mi vecino, era un anciano que también vivía en soledad, pero siempre sacaba una sonrisa. De vez en cuando se dejaba la puerta entre abierta para que te acercaras a cerrársela y saludarle. Su hijo no aparecía desde hacía años.
Una mañana, sobre las 7am, me desvelé y fui a la cocina a hacerme un café. Mientras me preparaba un cigarrillo para salir a fumar, percibí levemente una voz, como de alguien, al otro lado de la puerta. Me acerqué, pegué la oreja a la madera helada y escuché: - ¿Hay alguien ahí? Me siento solo. Era una voz sin fuerzas, de una levedad que parecía aire. Miré por la mirilla y vi, al final del oscuro pasillo, medio iluminado por las primeras luces del día, al vecino, inamovible y desnudo, con su cuerpo delgado, demacrado y sucio de abandono. No supe qué hacer. Quité la vista y esperé unos minutos, por si volvía a decir algo, pero al no oír nada, insistí en mirar de nuevo. Ahora el hombre estaba enfrente de mi puerta, en el más absoluto silencio, mirándome fijamente con sus blanquecinos ojos. El frío recorrió toda mi columna, erizándome todos y cada uno de los poros de la piel, hasta llegar a las manos, estas sin fuerzas, que dejaron caer ruidosamente la pitillera y el mechero que sujetaba. Me alejé poco a poco de la puerta en dirección al balcón, necesitaba aire urgentemente. No había un alma en la calle, parecía que se había detenido el tiempo en ese instante. Miré al edificio y vi en el balcón de enfrente a alguien clavándome la mirada. No podía ser posible. Era yo. Las piernas me temblaban y sentía que no me podía mover del pánico. Detrás de él, apareció el anciano lanzando un grito desgarrador que le hizo precipitarse por la barandilla.
Me desmayé.
13 de Abril de 1980.
Hoy no he podido comer. Sigo esperando noticias de mi hijo.
Me dijo que vendría.
Me siento solo.