Noche cerrada en Jumilla. Invierno, noche de enamorados.
Se dispone Hermenegildo a adelantar trabajo.
Demasiado alto para no saber correr, malcarado por su cara torcida, corpulento, terco como una mula, mudo de nacimiento.
Flores secas cambiará, lápidas arenadas limpiará.
Sus intenciones son oficiar un entierro, al que nadie irá; prepara su nueva víctima con sábanas, palas, cuerdas y guantes.
Una mujer mayor sin familia. Para cuando la abran será tarde.
No dejará huellas porque es el enterrador, el común de los mortales está ocupado celebrando el amor, ese que nunca sintió Hermenegildo. Huérfano de nacimiento a su triste vida.
No tiene más porvenir que esta vida austera y sacrificada.
Olvidadas señales con el dedo por la calle, vive en la noche, sin más remedio que pobre con trabajo lúgubre que nadie quiere.
La muerte es compañera, de la que espera su visita, la que solo da trabajo. A la que entrega almas, que le comprende, a su razón.
Su carácter frío le apartaron socialmente, clama venganza en la parte vieja del cementerio. Guarda un cadáver envuelto en plásticos, con sus fuertes manos, del habituado al hedor.
Es el momento. Dan las campanadas en la iglesia de Santiago.
Empuja el cadáver a la fosa. Con arena tapa el agujero, la rumia recalcitrante calla en su mente perturbada.
Contempla como un pintor tras firmar su mejor cuadro.
Ni un responso que valga, ni una lágrima que le de algún valor a lo sucedido, es su rutina, algo planeado durante tiempo, hasta conseguir la osadía para llevar a cabo su venganza.
Este año se acabaron las contemplaciones.
Agarra su Bourbon y se dirige a la caseta de jardinero a guardar sus aperos. Ni siquiera limpia, la coartada es perfecta, es sepulturero, nadie sospechará. Siempre fue incapaz, un pobre infeliz.
Tras acabarse la botella y deshacerse de ella en el contenedor de la salida, para echar la culpa a alguna joven visita del cementerio, se dispone a marchar, dando sus primeros trompicones.
Hasta que una luz fría por su palidez mortífera se posa ante él, del susto cae al suelo, marcha atrás como su beodez se lo permite, siempre bebió a escondidas. A nadie importó ese detalle.
Es una chica muerta el mes de enero, de cinco desaparecidas.
Seré un caballero en los detalles al respecto.
Ese fantasma pasea sus deseos de venganza a Hermenegildo, al que solo queda levantarse a correr, girando el cuello, esquivando tumbas imposibles. El ente agarra el cuello con firmeza de aquel que no ve la fosa, cae irremediable boca abajo, perdiendo el norte.
Siente como la arena cae, Hermenegildo cava con sus dedos para salir, solo se hunde más como castigo.
Se tapa el agujero, nadie le echará de menos ni le buscará.
En su plan hay un paso en falso.
En Jumilla el viejo cementerio será restaurado.
Una nueva cuadrilla de enterradores ayudará.
Las cinco chicas desaparecidas fueron descubiertas y ahora descansan en paz.