Compañía circense requiere personal para última función. <
Decidió ir a la entrevista en la zona industrial, donde se estaban presentando en un galpón abandonado. El trabajo consistía en estar parada frente al público mientras duraba el número. No había que hacer o decir otra cosa que ‘acepto’, cuando se lo preguntaran. La retribución era aceptable.
Hacía el final de la noche tendría lugar, por parte de los clowns, una parodia de un cuento de misterio en el que precisaban de un voluntario. Debía encontrarse entre el público y levantar su mano cuando lo solicitarán, eso era todo. La conducirían a la tarima y alguien le preguntaría con un viejo megáfono de cobre si estaba dispuesta a participar, sería la única palabra que recitaría. Le mostraron el escenario improvisado contra el muro. Contaba con una seguidilla de nichos, de los cuales quedaba uno libre. Allí, donde apenas cabía una persona, estaría de pie mientras los clowns entretenían al público al tiempo que levantaban una pared. Luego, le seguiría un número de lanzamiento de cuchillos, y un prestigioso mago finalizaría el espectáculo. Después de acabado todo, la paga.
Se llegó el momento y sentada entre las gradas sentía algo de nerviosismo. Nunca había actuado en su vida, y aunque no se trataba de eso, era estar expuesta frente al público.
Pasaron los primeros números y la gente entró en calor. Salieron los clowns y con gran alborozo anunciaron:
– ‘Cuentos de misterio… en vivo… y ¡muerte! ¡Para ustedes...! ‘¡El emparedado!’, de Edgar Atún Poe.
– ¿Quién de los presentes es tan temerario de participar? –Preguntó uno de ellos–. ¡Que levante su mano!
Sonaron los tambores mientras ella esperaba con su brazo al aire ser la elegida. El mismo clown se encargó, titubeando, finalmente de escogerla y conducirla al centro de los reflectores donde preguntó:
– ¿Aceptas presenciar inmóvil y en silencio la construcción del muro de tu muerte? –dijo acercándole el megáfono.
– ¡Acepto! –pronunció, más o menos como lo había ensayado.
– Esta hermosa y valiente dama ¡será empanada! Perdón, ¡emparedada! Frente a todos –anunció entre carcajadas mientras le vendaba boca, le ataban sus manos y la conducían al lugar indicado– ¡Que empiece la función!
Rápidamente iniciaron a cerrar el nicho, con cemento y pesados ladrillos que traían y dejaban caer mientras hacían bromas y el público reía.
– Yo la quiero con jamón –oyó decir a uno de ellos.
El espacio era reducido y poco a poco se fue desvaneciendo la luz, hasta quedar un pequeño agujero. Terminado el sketch sintió como apoyaban al muro ya endurecido una tabla de madera en donde se oía el clavarse de unos cuchillos. Después vino el mago. Finalmente, todo terminó.
‘¿Cuándo vendrán a sacarme? …No te inquietes, no le des poder a tus miedos o te volverás loca. Vendrán’ –se dijo.
Cerraron el telón, apagaron la luz y todo quedó oscuro, en silencio. Solo un pequeño gemido, casi imperceptible fue inundando lentamente el lugar. Le molestaba haber reído de los chistes que se hicieron con ella.