El grupo de jóvenes espeleólogos tomó rumbo a la cueva de silicato. Era una mañana soleada y el buen humor se hacía notar sin reparos. Para Ángela era la primera vez que iba a conocer una cueva por dentro. Cuando vio el anuncio en el boletín de noticias de su ciudad de la excursión al interior de una cueva, dudó unos instantes porque nunca había hecho nada parecido. Pero al pensar en Roberto, su ex novio, que le acababa de traicionar con su “mejor” amiga cogió un bolígrafo y se puso a completar la inscripción para la excursión. Total, era un grupo de edades semejantes a la suya y aunque se conocían entre ellos Ángela decidió darles una oportunidad.
Llegaron a un remanso de agua cristalina y rellenaron sus cantimploras. La vergüenza inicial se superó pronto por la buena acogida que le proporcionó el grupo. Sobretodo Alberto, el cabecilla, que era un dechado de virtudes. Era guapo, inteligente, culto, asertivo y era un buen líder. Tras recorrer doscientos metros más llegaron a la entrada de su objetivo.
Tras unas sencillas instrucciones de Alberto, fueron introduciéndose uno a uno en la cueva con la consabida cordada. Había poca luz, apenas unos haces que procedían del exterior.
Caminaron hablando bajito hasta que llegó un momento en que las voces desaparecieron. Ángela podía sentir la presencia de su compañero delantero y la del que la precedía pero, no les veía. Comenzó a tener frio y a sentir los pies húmedos pero sabía que no podía dejar de andar. Pasó así una media hora más hasta que por fin, pudo escuchar a Alberto que se había detenido en lo que ella podía apreciar como una cavidad enorme. Así era, un espacio geométrico, un heptágono quizás, en cuyo suelo Ángela pudo ver un dibujo y una silueta. La silueta era de un ser humano que descansaba inerte.
Fue entonces, cuando, estando todo el grupo reunido alrededor del dibujo, Ángela sintió pavor. La silueta era un cuerpo humano degradado que resultaba casi una bestia de difícil descripción. De repente, Ángela notó nueve pares de ojos mirándole con ansiedad y quiso correr. No podía correr. Estaba unida a dos de ellos y se desmayó. Al despertar presenció un ritual de lo más diabólico comandado por Alberto que había perdido cualquier cualidad. Se hizo la dormida y escuchó cómo renovaban votos con algún ser infernal y notaba cómo la cubrían de un terrible líquido viscoso que al parecer procedía de la anterior víctima. Sintió asco, quería llorar pero sabía que si se movía acabarían más rápido con ella. Tras unos minutos más inmóvil oyó cómo desaparecían sus compañeros de excursión y la dejaban sola.
En una ocasión, un pastor, cuando descansaba en un pedrisco a tomar su desayuno, vio salir a un ser vivo de un recoveco de la piedra de la cueva de silicato. Lo llevó a su casa y lo cuidó, hasta que, pocos días más tarde pereció. Muchos creen que su nombre era Ángela.