Hola, no me coges el teléfono. Tu abuela ha muerto. Besitos. Ese era el whatsapp que recibí después de ignorar el teléfono incontables veces. Soy un cobarde. Ya sabía que era mi prima, a la que no había visto en 17 años. La temida noticia no me sorprendió y ahora habría que afrontar los hechos y ver a la familia, o no.
Al recordar a mi abuela volví a mi niñez. Cuando mis hermanos y yo pasábamos el verano o las navidades en la casa de la abuela. Un edificio de 6 plantas, ella vivía en el cuarto. En el portal debajo de las escaleras había una carbonera donde vivía la bruja de los botones. Nunca la vi pero sé perfectamente cómo eran sus ojos abotonados y su cara siniestra. Cuando llegaba al portal subía corriendo los 4 pisos por las escaleras, sin mirar atrás para que no me atrapara. Ocasionalmente, ella lograba llegar al pasillo, la sentía en la oscuridad, sobre todo cuando sonaba el tele-portero y yo debía abrir la puerta.
La mayoría de las persianas de la casa de mi abuela estaban atascadas y permanecían en la misma posición de la última vez que funcionaron. Por las noches yo me acercaba a las ventanas y veía el reflejo del hombre que conocía pero que no mencionaba. Cuando veía su reflejo yo quería gritar pero él hacía que no pudiera articular palabra y me dejaba paralizado hasta que finalmente podía huir. Todas las luces eran pocas en aquella casa. El hombre que conocía pero no mencionaba se aparecía en los descansillos del edificio. Yo cogía el ascensor pero era difícil llegar a casa cuando el cuadro de mandos solo tenía números impares. Pulsaba el piso más próximo, el 3º o el 5º pero el ascensor paraba en el lugar más insospechado. A veces las plantas del edificio eran indeterminadas. En ocasiones era mejor bajar a toda prisa las escaleras y escapar a la calle que intentar llegar a la casa, para regresar de nuevo al portal.
Una vez vi al hombre que conozco pero no menciono en el descansillo de la casa de mi abuela. El temporizador de la luz era demasiado corto. El hombre pulsó el interruptor y la luz amarillenta de la lámpara de bola volvió a brillar. Él estaba con mi madre, le giró la cabeza y la convirtió en un maniquí de plástico brillante, sin pelo y sin ojos. El hombre que conozco pero no menciono me miró y yo nuevamente quedé paralizado. Tendríamos que ser amigos para ganar tiempo y no convertirme en maniquí. Lo odié, yo me odio.
Con el tiempo evité los reflejos, los ascensores, y todo aquello que me recordara aquello. Pero por mucho que corra la bruja de los botones me cogerá y el hombre que conozco pero no menciono me paralizará. El odio y el miedo solo desaparecerán cuando esté muerto.
Aquel funeral me aterraba. No tenía miedo a los muertos tenía miedo a los vivos.