John recorría el monte buscando entre la maleza ciertos venados o gallinetas que saciaran su hambre, ya que las moras y nueces pecán no llenaban su famélico estómago.
Jane lo acompañaba en sus travesías y sentía el mismo dolor y ronquido recorriéndole el vientre.
De repente, se desató una fuerte sudestada y ambos corrieron a buscar refugio. Ya adentrándose en el monte, divisaron una vieja construcción antigua que contrastaba con las humildes casas de pilotes del lugar: era una mansión blanca, neogótica con cierto aspecto fantasmal.
Entraron y la puerta se cerró detrás de ellos, el reloj se detuvo en una hora imprecisa y retratos confeccionados con restos humanos, los atemorizaron.
Inmediatamente, un ruido de motosierra los estremeció y huyeron hacia un sótano. Cayeron por las escaleras y un aire pútrido los adormeció.
Cuando volvieron en sí, un hombre deforme, casi un monstruo sacudía entre sus manos una motosierra y John y Jane descubrieron sus miembros mutilados. Un grito sórdido estremeció la isla y ambos fueron carne de retrato, susurrando sin voz su último grito y aliento de vida.