Muchas tardes lo veía yo salir por el camino, con la mirada fija, perdida en su interior, con su caminar ligero pero forzado y un día a finales de octubre, " El caminante", que así lo llamé, no volvió a cruzarse conmigo. Este hecho se agravó aún más al observar que la "casita " dónde vivía, iba cubriéndose toda ella de una soledad extraña, las flores fueron devoradas por la vegetación silvestre, las aves de colores dejaron de anidar, los árboles fueron tomando un color marrón y después murieron, el tejado se combó llenándose de cuervos y todo el paisaje acabó siendo una acuarela de colores cansados y sombríos.
El camino por el que el caminante transitaba se llenó de hierba y se cerró sin dejar huellas de pasos, ni senderos de habitantes lugareños. Aquel espacio adquirió tintes de estampas góticas y no podía creer que en tan solo unos días, aquel lugar se hubiera arruinado del mismo modo que lo hubiese hecho en el transcurso de cien años.
Lo más horrible ocurrió cuando llegué aquella tarde y con curiosidad me acerqué. Detuve el automóvil en el arcén, los cuervos desplegaron súbitamente las alas, y el graznido de aquellos pájaros negros, de cuentos de miedo y mal agüero, me hizo estremecer. Miré primero hacia la casa, vieja, oscura, y decidí avanzar a tientas, a pasos quedos, sin hacer ruido. Luego atravesé la pequeña parcela circundante y me quedé mirando fijamente la sombra que vi en el interior como un cuadro grotesco. La sombra de esa temida estampa con la guadaña sujeta en la mano giró presurosa sobre sus pies y me miró fijamente desde el interior de esa casa. Salí corriendo, tropecé y caí golpeándome fuertemente en la cabeza, me levanté de nuevo y con el rostro ensangrentado llegué hasta el coche, arranqué y aceleré con fuerza, dejando las marcas negras del neumático quemado en el arcén en mi huida.
Poco tiempo después encontraron el cuerpo del caminante tendido en la cuneta a tres kilómetros de distancia de su casa.
Quizás la muerte había ido a buscarle y al no encontrarle le estaba esperando.
Escribo esta carta como testimonio de lo que vi.
Últimamente el tratamiento que mi médico me ha recetado me provoca alguna que otra alteración y no estoy seguro de si fue visión o no. Tal vez, seguramente, estoy convencido, fue una alucinación.
Fin de la carta.
Esta es la carta que encontraron en la chaqueta de mi padre cuando el celador me entregó sus objetos personales.
Fue encontrado muerto en casa, sentado, con un libro de Edgar Allan Poe entre sus manos.
Su rostro aún tenía las marcas de la caída que cuenta en su relato.