Oculto en las sombras de las lapidas sonríe por haber conseguido su objetivo, burlar a
los vigilantes y permanecer solo en el viejo cementerio judío. Afuera esperan sus
amigos verle correr despavorido, pero el ganara la apuesta.
Nunca vio un cielo tan negro y tan falto de estrellas. La vegetación gime y suspira
atribulada a su alrededor, mientras la tierra borbotea siniestramente bajo sus pies,
como, si ellos, los muertos, se sintieran molestos por su presencia.
Poco a poco la soledad y el frio hacen mella en su cuerpo. La tensa atención a cuanto
le rodea hace que el cansancio pase al agotamiento, que afloje sus músculos y
acreciente el deseo de huir del lugar. Es como si algo o alguien le absorbiera su halo
de vida.
Oye un ruido a su derecha, se estremece tensando su cuerpo al máximo para
quedarse tan inmóvil como las lapidas que le rodean. Siente que la saliva de la boca
se le seca y que algo pequeño se detiene frente a él. Enciende la luz de su móvil. Una
rata le mira con ojos furiosos, está a punto de lanzar un grito de asco, pero lo retiene
en su garganta. Cuando la va a lanzar una patada, el animal mira a su espalda y
lanzando un chillido de terror huye rápida del lugar.
Respira aliviado, pero poco le dura, oye voces próximas y piensa que son los
vigilantes que le han descubierto. La imagen que surge ante sus ojos nada tiene que
ver con los vigilantes. Un grupo de hombres de uniforme, con calaveras en sus gorras,
golpean a una persona que yace en el suelo al pie de una de las lapidas. Ríen y se
dan golpecitos entre ellos. Uno saca una pistola y la apoya sobre la cabeza sangrienta
que está a sus pies. Un compañero le aparta mientras le grita: ¡kien Klauss!. Riendo le
enseña una lata. Todos ríen mientras desenrosca el tampón y vierte el líquido sobre el
cuerpo ensangrentado.
Uno enciende una cerilla y antes que pueda arrojarla sobre el cuerpo inerte se queda
paralizado por el estallido de un trueno que hace que instintivamente se tapen los
oídos para no quedar sordos. Una bola de luz surge en el otro extremo del cementerio,
dentro de la bola de fuego una figura negra avanza hacia los uniformados.
Se le cae el móvil de la mano. Paralizado e incapaz de gritar, ve que la figura de la
bola de luz es un ser de barro. Los uniformados gritan disparando a la figura. Se
acurruca abrazado a una de las lapidas mientras a su alrededor gritos de terror
humano ruegan por no ir al infierno.
Los aullidos de dolor aumentan al tiempo que se escucha el crujir de huesos y el
desgarro de la carne. La luz de la esfera se va apagando al tiempo que un olor a carne
quemada inunda el ambiente.
Llora y gime de miedo rezando al infinito para que el alba llegue pronto.