La mujer entra deprisa y cierra de una certera coz la puerta. Lleva a la criatura en brazos, envuelta en una mantita blanca. – Se va a desnucar-, pensó mientras corría. En todo momento intentó sujetar su cuello, con cuidado de no resbalar con la sangre desparramada por el suelo. Atrás deja una letanía de llantos de agonía.
Voces graves detrás. Son ellos.
Con el bebé en el regazo se sienta en el suelo, encarando la puerta cerrada. Lleva un martillo en la mano derecha. Mira hacia arriba para tomarse unos segundos y acto seguido ladea la cabeza buscando una salida. No la hay. El baño solo dispone de otra puerta a su izquierda; no tiene pomo y en el habitáculo hay un váter. A su derecha, se levanta un lavabo. Un poco por encima de este, un cambiador de plástico amarillo plegado sobre la pared.
Oye con claridad gritos enfurecidos.
– Me han visto correr, estoy segura -, piensa angustiada.
El bebé llora; ella le mece, le canta en susurros, le ruega que se calle.
Más gritos fuera. Se levanta flexionando con fuerza las piernas, arrastrando la espalda por los azulejos blancos de la pared.
- ¡Zorra! ¡Estás muerta, hija de puta! – vociferan.
Entra en el váter. Se sienta con el bebé agarrado como cuando se les yergue por encima del hombro para que echen los gases.
La niña llora. Llora en silencio ella también.
Enojada y desesperada, cierra de una patada la puerta sin pomo del váter. Rebota y queda entreabierta.
Otro golpe seco fuera.
– Están muy cerca -, piensa.
Aprieta el martillo tan vigorosamente que sus nudillos resplandecen.
- ¡Belén, hija de puta! ¡Estás muerta! – chillan. - Nos oyes, ¿verdad? –, entonando melodiosamente la pregunta.
Ella ni se estremece al oír su nombre, pero mana de su interior una rabia que la hace levantarse e ir lentamente hacia la puerta por la que entró. Está lista.
Más voces y murmullos.
Más pasos.
Ya vienen.
Se gira un poco y suelta el martillo con cuidado cerca del grifo del lavabo, desplegando con la misma mano el cambiador de la pared. Deposita encima al bebé, que ya llora tumbado. Coge nuevamente el martillo y se coloca justo detrás de la puerta, como si fuese el dibujo a tiza de un crimen; mano derecha en la cadera del bebé para que no que caiga de la plataforma, mano izquierda cerrada y pegada al azulejo, sujetando el martillo.
Están tras la puerta. - Pigs! Little Pigs! Let me come in! – Ríe.
- ¡Belén, abre por favor! -. El tono de esta voz ha cambiado. Es más moderado.
Los pasos se detienen.
Ya tiene claro que no se lo va a poder llevar.
Aprieta al bebé hacia el interior del cambiador y se limita a escuchar. Entonces gira la cadera acompañando la pierna contraria en el giro y descarga el martillo con fuerza sobre la criatura, justo antes de que el primer policía entre en el baño de la guardería.