Consciente de dónde estaba, no entendía sin embargo ese recurso de su alma, esa manera de remontarse a otra época oscura.
En los días que volvía a revivir, la visita inoportuna del extraño la alteraba sin remedio. La primera vez que le vio, fue en forma de sombra, deslizándose por una esquina de su habitación para instalarse lejos de la mirada escrutadora de cualquiera.Asumió que esa presencia sería intermitente. En una ocasión pudo sentir su cuerpo debajo de la cama, nunca supo si tiritando de frío o esperando con ansia la llegada del día para poder escapar.
No le gustaba, pero al mismo tiempo no podía evitar buscarle, responder a su llamada, aunque sólo fuera acompañando sus pasos mudos en la escalera. Dónde conducían, nunca lo llegó a saber, prefería no pensar en las verdaderas razones del intruso para invadirla.
El día que se encontró con sus ojos rojos ya no pudo más. Se miraron fijamente y tropezó con su mirada animal. Se reconoció en él, en su temor, en un rostro que reflejaba el paso de los años. Así que huyó lejos para no encontrarse con ese fantasma, el suyo, que la perseguía sin remedio en su escalada con pies de gata.