Recuerdo su cuchillo raspándome la cornea. Es difícil olvidar un rostro lleno de odio y, resulta aún más complicado, entenderlo. Nunca fui adepto a la idea de hacerse de enemigos.
La última imagen que registró sin problemas mi ojo derecho fue la espalda de una señora mayor que por la postura de su ser, parecía cargar sobre sus hombros la misma muerte. No estaba tan equivocado ahora que lo pienso. Por allí estaba esa desgraciada merodeando, viendo a quien podia llevar ese día.
No recuerdo qué trámite iba a realizar esa mañana. Y no me vengan con las casualidades. En eso, yo no creo.
Si no me equivoco, aquel mal nacido tenía toda la intención de robarle a esa pobre anciana que caminaba tranquila unos pasos delante mío. No voy a negar que me intrigó por un momento ver cómo le iba a clavar esa navaja a esa pobre anciana. Pero no sé por qué se me ocurrió intervenir.
La parca respiraba relajada, apoyada sobre la espalda de esa pobre mujer. Sin embargo, sólo necesite un segundo para darme cuenta de que miraba en mi dirección. ¿Casualidad? Ya les dije que en eso yo no creo. Pero déjenme decirle en qué creo. Y no vaya a tomarlo liviano. Le hago caso a mi instinto, a eso le hago caso.
Cuando su cuchillo atravesó mi córnea e inundó mi rostro con sangre, alcancé a ver que la muerte no me estaba observando a mí. Entonces supe que debía revertir la situación de inmediato. Saqué fuerzas de mis entrañas y lo tiré a la acera dejando su cuello libre, listo para cortarlo.
De oreja a oreja probé el filo de su barata navaja, antes que la parca dejara de mirarlo.