Me siento en la mesa más apartada. El camarero, que ya me conoce, me hace una seña desde la barra. Introduzco la primera hoja de papel en la máquina y ya estoy listo para empezar.
“No ha amanecido el mejor de los días. Las nubes de tormenta se ciernen sobre el pueblo, sumergiéndolo en la penumbra.”
Me traen el café y, antes de seguir tecleando, doy un sorbo.
“En la pequeña cafetería disfrutan del desayuno un joven policía recién licenciado, el dueño del quiosco y una anciana jubilada. El camarero y la mujer que regenta el local charlan animadamente.”
Miro hacia la puerta, impaciente. Ya he ubicado a mis personajes, ahora necesito un conflicto para construir la historia. Vamos, vamos… una idea, un concepto. Todo está en calma aquí dentro. La anciana juega al solitario. El policía se levanta para cerrar la ventana porque afuera ha empezado a…
“Afuera ha comenzado a llover. La puerta de madera se hace a un lado con estruendo, y entra un hombre en la cafetería. Viste un sucio chubasquero gris y se tambalea como si las piernas no pudiesen sostenerle.
“Muerte”, murmura.”
Escucho un demoledor trueno y casi derramo el café del susto.
Apartando la vista de la máquina unos momentos, observo el exterior.
“Las luces de la cafetería se apagan repentinamente, al tiempo que el resplandor de un rayo ciega a todos los presentes. El poderoso trueno que le sigue resuena en el mismo momento en que el hombre deja caer hacia atrás la capucha, revelando un rostro demacrado y una cabeza sin pelo cubierta de finas líneas de un líquido negro y viscoso. Sus ojos aparecen blancos, como dados completamente la vuelta sobre sí mismos. La boca, entreabierta, deja ver que apenas le quedan dientes.
Jadea, o… ¿Ríe?
“¿Se encuentra bien?”, balbucea el camarero.
Por toda respuesta, el hombre agarra la cornamenta disecada de ciervo que cuelga de la pared, avanza con decisión y hunde una de las afiladas puntas en la espalda del dueño del quiosco. Este, con un chillido desgarrador, cae al suelo. Su agresor recoge un cuchillo de encima de la mesa y corta el cuello de la anciana.
Cunde el caos. Gritos y llantos. El policía, horrorizado, saca la pistola y apunta, tembloroso, balbuceando advertencias. Antes de darle tiempo a reaccionar, el hombre gris ha apuñalado al camarero y roto el cuello de la dueña. Se gira rápidamente y arroja el cuchillo hacia el joven agente, quien no tiene tiempo de apartarse. Se tambalea, desorientado, con el cubierto emergiendo de su frente, y se le dispara la pistola, acertando en el cuello al hombre gris, que se desplo…”
La sangre me salpica la cara, manchando también la hoja de papel.
- Muerte-repite el hombre desde el suelo, mirándome.
Asqueado, me limpio con mi pañuelo de tela. Afortunadamente, aún se distingue lo escrito, y puedo pasarlo a limpio.
Recojo mis cosas, satisfecho, y me dirijo hacia la salida con cuidado de no pisar a nadie.