Todo comenzó meses atrás, estando próximo a cumplirse el primer año de su adquisición. La conecté, como cada viernes, y me hundí en la butaca del salón, dispuesta a retomar los pasajes de mi lectura. Soy incapaz de asegurar el tiempo exacto que debió de transcurrir hasta que tuvo lugar el acontecimiento, pues hallándome yo absorta en las palabras del de Providence, no advertí enseguida su presencia; fue cuando hubo alcanzado la altura del sillón, que reparé en la gravedad de los hechos. Alcé la mirada con todo el sigilo que la sorpresa me permitía, y allí estaba, frente a mí, acuchillando el parquet. Mi particular invitada, asimismo, no accedió a la estancia de manera sigilosa, como cabría esperar, sino que por el contrario y más acertadamente, habría de afirmar que lo hizo a golpes; ejecutando una serie de brincos y movimientos oscilantes para desplazarse. Lo cierto es que a partir de aquel suceso jamás ha vuelto a mantener su posición original durante el programa, e incluso he de comentarle que en los últimos días la situación se ha visto agravada por un distintivo rastro negruzco que acompaña sus paseos matutinos. En resumidas cuentas, muy señor mío: además de perder agua, la lavadora camina. ¡No! ¡Corre. Y mucho! Por lo que solicito elabore un presupuesto apropiado para paliar este terrible mal que me aflige cada viernes. En caso de no recibir contestación a la presente demanda, me sentiré obligada a deshacerme de ella y a adquirir una máquina nueva. Atentamente: una clienta.