Otoño finalizando. Noche fría de miércoles, el viento golpea con fuerza en las ventanas, el despertador marca las 2:25 AM.
Hace dos horas que llegué a casa después de una cena de amigas. Hoy, por petición de Daniela, hemos quedado en Lamucca de Almagro.
No puedo dormir, mi cabeza prueba todos los trucos posibles para conciliar el sueño. He decidido levantarme y salir a dar una vuelta. La luz de un relámpago me permite encontrar el abrigo. El ruido del posterior trueno me asusta tanto que me golpeo con mi escritorio. El despertador se ha apagado. Cojo el móvil. Sin batería.
Decido continuar con la idea de tomar el aire para conciliar el sueño. No hay luz en la escalera. Salgo a la fría y oscura noche, la niebla se funde con la luz de las farolas y apenas percibo la sombra de dos murciélagos volando a mi alrededor.
Empino la calle hacia arriba, me parece distinguir una luz al final de la misma. En el trayecto no me cruzo con nadie, solo escucho el ruido de mis pasos. Si mis cálculos son correctos, la luz debe pertenecer al nuevo restaurante del barrio, Lamucca de Fuencarral.
Según me voy acercando, en mis oídos va penetrando una melodía. Empiezo a reconocerla. Se trata de la banda sonora de “Lo que el viento se llevó”.
Como si estuviera poseída, me acerco a la ventana, asomándome como un niño jugando al escondite. No he visto nada, parece vacío. Siento que los murciélagos vuelven a revolotear cerca de mí.
De nuevo, me asomo a la ventana y, tras dos segundos, aparece frente a mí la figura de una cabeza, con bigote tipo mostacho, gafas de sol, pelo muy corto y unos brazos muy escuálidos. Me señala con el dedo, como si de ET se tratara, la puerta de entrada.
Dudo entre volver corriendo hacia mi casa o seguir sus indicaciones. Recuerdo que llevo dos horas intentando dormir sin éxito, así que me dirijo hacia la puerta, que no necesito empujar, pues se abre con solo notar mi presencia.
Emilio se presenta, ha venido hasta la puerta. Observo a mi alrededor, no hay clientes. Sin embargo, me detengo en un detalle, hay platos de comida en las mesas, los cubiertos se mueven arriba y abajo pinchando la comida, las cervezas de las mesas se beben… ¿por quién? Ni siquiera puedo distinguir una sola sombra.
- Bienvenida al mundo Lamucca, Mayalen.
Mi boca se abre, pero ni siquiera puedo esbozar una sola palabra.
He perdido la noción del tiempo. Cuando consigo ser consciente de lo que acontece a mi alrededor, estoy sentada en una mesa, con un café y una tostada de aceite, y observo a tres clientes en la barra. El reloj marca las 9 AM y, el encargado, me saluda desde su atril guiñándome un ojo y levantando ligeramente la mano izquierda. Por su aspecto, creo haberle visto antes. Se acerca hacía mí.
- Buenos días señorita Mayalen, que aproveche.