¡Lucio se acaba de pinchar el dedo! Su madre lo ha llevado al médico porque su sangre no puede coagular.
En este momento, esta el doctor frente al lavabo, sacudiendo unas pinzas metálicas de puntas aplanadas: instrumento que le servirá para detener las gotas de sangre que fluyen copiosamente del dedo de Lucio.
Los enfermeros dan a su madre una bebida vaporosa, que la irá transformando en una hermosa estatua. Luego será trasladada al entrepiso de una elegante galería de señoras petrificadas.
Mientras la futura estatua bebe abundantemente, el doctor aprieta el dedo de Lucio con sus alargados instrumentos. El chico descubre con entusiasmo que su sangre empieza a endurecerse, pero al contemplar la nueva materia que ahora es su líquido vital, comprende que éste realmente se está transformando en una suerte de pelo carmesí que no para de crecer.
Un enfermero ha tomado el hilillo pendulante del dedo de Lucio y lo coloca en una bobina incrustada sobre un pequeño motor que gira a treinta revoluciones por segundo. Lucio observa cómo se desinfla su dedo, mientras el carrete de costura se llena con el hilo de su vida.
La piel de Lucio empieza a adherirse a sus huesos...
En la trastienda del lugar, se elevan alargados estantes cargados con hilos de los más vivos colores.
Hay un carrete blanco, cargado con una lana impoluta que reproduce el brumoso cuerpo de las nubes. Hay un carrete turquesa, cuyo aspecto perlado trasciende de la experiencia visual y ofrece una polifonía vibrante de musicalidad acuosa. Hay un carrete verde sensible a la brisa, que despliega mil matices cada vez que un rayo de luz se le acerca.
...Y, al final de la trastienda, esperando a ser atendida, una masa viscosa y glutinosa, de colores oscuros e indefinidos, solicita la nueva bobina carmesí. Ella ha perdido el hilo de su vida cuando intento comprar un carrete de mar y otro de montañas.