Era de noche y estaba durmiendo apaciblemente cuando algo me despertó: me pareció escuchar un leve sonido como si la manija de la puerta se estuviera moviendo y alguien pretendiera entrar en la habitación.
Unos segundos más tarde, sentí algo parecido a un fuerte remolino de viento y algo o alguien atravesó, no sé cómo, la puerta y se coló en la habitación. Noté una presencia maligna y amenazadora a los pies de la cama. Enseguida el miedo se apoderó de mí, un escalofrío me recorrió espalda y el corazón comenzó a golpearme el pecho con tal fuerza que podía oír sus latidos como si fueran redobles de tambor.
Noté el remolino, o lo que fuera que entró en la habitación, acercándose a la cabecera de la cama pero en la oscuridad que me rodeaba apenas podía percibir una sombra evanescente, como humo o vapor, que cambiaba continuamente de forma según le diera el tenue rayo de luz que se filtraba por un roto de la cortina. Esa forma incorpórea se acercaba a mí esparciendo a su alrededor un soplo frío, helador, y se acercaba y ya estaba sobre mí, y me rodeaba el cuello… Podía sentir como el gélido aliento del monstruo acariciaba mi nuca.
Súbitamente, algo me arrancó de los laberintos del sueño y desperté con un grito de terror, empapado de sudor y envuelto en un tremendo escalofrío.
Había sido un sueño.
Pero, ¿y si no lo era? ¿Si realmente había algo o alguien en la habitación?
Seguía temblando, aterrorizado.
Me cubrí la cabeza con la manta como hacen los niños: si lo que me da miedo no me puede ver, no me hará daño.
Pasaron unos interminables minutos sin que nada ocurriera y, poco a poco, mis músculos tensos se fueron relajando. Un rato después, amodorrado por el calor de la manta, me sumergí en un apacible sueño.
No sé cuánto tiempo llevaba durmiendo cuando noté, de nuevo, una corriente de aire frío en el cuello.
Bajé un poco la manta y recorrí la habitación con mirada acechante.
«¡No hay nadie...!», decía mi mente racional.
«¡Hay algo desconocido, inquietante, amenazador…!» le contradecía el miedo que ya me había invadido.
Alargué mi brazo hacia la lámpara de la mesilla de noche pero, antes de alcanzarla, el sutil rayo de luz que atravesaba el agujero de la cortina iluminó fugazmente la forma vaporosa que se mantenía flotando a los pies de la cama.
Quedé paralizado.
¡Era algo espantoso!
Un resorte desconocido me catapultó fuera de la cama y con los ojos cerrados me lancé de cabeza contra la ventana para escapar de aquella horrible visión.
Caí sobre la acera, dos pisos más abajo, arrastrando la cortina, entre una nube de cristales. Unos noctámbulos que pasaban por allí avisaron a los servicios de emergencia.
Después de curarme las heridas, me han trasladado a un hospital donde me dan unas pastillas que mantienen alejada de mí a esa horrible cosa que me persigue.