Él le miró fijamente a los ojos, a los ojos de su padre…y esos ojos, los ojos de su padre, le devolvieron, impertérritos e inexpresivos, la mirada…
No podía entender, y nunca lo había podido entender, por qué razón su padre siempre le había marginado, por qué razón su padre siempre le había menospreciado, por qué razón su padre siempre le había despreciado, por qué razón su padre siempre le había humillado…no lo podía entender, y nunca lo iba a poder entender…
Desde pequeño, desde que él lo recordaba, su padre siempre le había humillado…siempre…desde que él lo recordaba…
Recordaba perfectísimamente cómo su padre corría por las bandas del campo de fútbol, en los entrenamientos de él, del hijo, e incluso en los partidos, y recordaba perfectísimamente cómo su padre, desde cualquiera de las bandas, le recriminaba a gritos, una y otra vez, un día tras otro, “no tienes sangre”…y le espetaba a gritos, una y otra vez, un día tras otro, “no corres lo suficiente”… y le escupía a gritos, una y otra vez, un día tras otro, “no sirves para nada”…
Una y otra vez, un día tras otro…
Él le miró fijamente a los ojos, a los ojos de su padre…y esos ojos, los ojos de su padre, le devolvieron, impertérritos e inexpresivos, la mirada…
Él, el hijo, creció, y en su etapa de Institut, y luego de Facultat, nada cambió: su padre, el padre del hijo, siguió humillándole, siguió ninguneándolo, siguió menospreciándolo…en fin, siguió despreciándolo…
A fin de cuentas, al fin y al cabo, era su padre…se trataba de su padre…eran padre e hijo…eran hijo y padre…
No lo podía realmente entender…
Él le miró fijamente a los ojos, a los ojos de su padre…y esos ojos, los ojos de su padre, le devolvieron, impertérritos e inexpresivos, la mirada…impertérritos e inexpresivos…
Luego miró fijamente al portero…y se preguntó, una vez más, por qué demonios había aceptado tirar él el penalti en el partido de veteranos de su promoción de la Facultat, si hacía varios lustros ya que no jugaba a fútbol…
Él le miró fijamente a los ojos, a los ojos de su padre…y esos ojos, los ojos de su padre, le devolvieron, impertérritos, a los ojos del hijo, la mirada…impertérritos…impasibles…inexpresivos…
Luego miró fijamente al portero…y a los ojos de su padre nuevamente…y luego otra vez miró al portero…
Finalmente se agachó hasta el césped y, con cuidado para no mancharse con la sangre del cuello de su padre, giró la cabeza decapitada de éste, para no ver más esos ojos impertérritos e impasibles e inexpresivos, y chutó la cabeza con todas sus fuerzas y con toda su rabia acumulada durante décadas…hasta el mismo fondo de la red, más allá del portero…
¡¡¡¡¡ GOOOOOLLLLLLLL !!!!!…gritaron todos…todos menos su padre, cuya cabeza ya estaba en el fondo de la red, tras el portero, a pesar de que él, el hijo, suponía que por fin su padre estaría orgulloso de él, de su hijo…