Ahora las Navidades son distintas, ya casi no se usa pirotecnia y los globos aerostáticos de papel están prohibidos en la provincia, entre otras razones porque solían arder y generar focos de incendio en el poco bosque autóctono que sobrevive. El barrio también ha cambiado, ya no quedan baldíos libres como los que usábamos de plazas y potreros. Pero cuando yo era pequeño, hará unos treinta años, el barrio no estaba tan poblado y en las Navidades el cielo resplandecía con fuegos artificiales y cientos de globos. Incluso, por esas fechas, solíamos “cazar” globos: cuando uno se apagaba en el cielo y comenzaba a caer a tierra corríamos cual manada tras él, atravesando los terrenos sin casas, cada chico del barrio buscando atraparlo antes que el resto.
Yo, siendo el más gordito y lento de todos, nunca lograba hacerme con uno; pero Pablito –un niño alto de largas pierna y más largos trancos– era imbatible en esas competencias, manoteando globos a diestra y siniestra.
Recuerdo que esa Navidad Pablito mostró una admirable destreza, sin embargo el destino no le jugó una buena pasada. Se encontraba a punto de batir todas las marcas atrapando su globo número trece, corriendo delante del grupo a una velocidad asombrosa –casi volando por los baldíos– cuando ocurrió. Días atrás, un vecino había comenzado a delimitar el perímetro de un terreno para iniciar la construcción de su casa, con el mal tino de usar postes y finos alambres tensados. Pablito estaba a escasos metros del globo cuando su cabeza salió volando en un rocío de sangre, cortada limpiamente por el alambre a la altura del cuello. Su cuerpo corrió un poco más a pesar de todo, incluso las manos en alto lograron rozar el papel del globo… pero los pies tropezaron y cayó con un sonido gomoso, de carne cruda.
Y, mientras el resto de los niños se detenían horrorizados a contemplar al decapitado Pablito, yo –el más gordito y lento del grupo– atrapé mi primer globo.
¡Qué bellos recuerdos! ¡Qué lindas Navidades! Todavía conservo el globo salpicado de sangre, lo tengo guardado en un baúl, cual un tesoro…