Los cuerpos blandos de dos bígaros se desenroscan cual nervios ópticos tras el rostro de la joven. Sus puntas colean en el interior como puntas de cipreses. Sobre el azabache tintinean sendos puntos de luz. Subliminalmente accionan microscópicas reacciones en los visitantes. Viste una bata de terciopelo negro, estilo Felipe II. El tejido más discreto y caro de la época. Una simple tela negra de invierno a ojos inexpertos. En medio de la lechuguilla, su cabeza, un garbanzo irregularmente granado que no se corresponde con un cuerpo blanquecino y algo torpe. Paradójicamente, la boa de visones y el pañuelo de lino resaltan su aire iletrado y duro. Había desollado conejos, dado el golpe de gracia a gallinas, corderos e incluso a gatos, sin mudar el gesto.
-Mamá, se parece a la abuela Gelso.
-Se da un aire, en la cartela pone, desconocida.
-¿Quién la pintó?
-Anónimo.
Sin dejar de mover las terminaciones de los bígaros, la retratada aprieta el lino haciendo pendular una borlita de pasamanería que lo remata.
-¡Está viva!
-Sí, es una excelente pintura. El cuello plisado que lleva se llama lechuguilla. Era tradición en la corte de Valladolid y luego aquí, en Madrid. Creo que hay un óleo de Fernández de la Torre, por allí…-Mientras se aleja del retrato, su hijo la interpela nuevamente-.
-Gelso ya no está en el cuadro.
-No me gusta que mentes a la abuela, hizo cosas malas, ya lo sabes...
-¡Mira mamá!
-Gelso está muerta, aunque no sepamos donde rezarla, se hace tarde, vamos...
Al salir del Museo Jover, la recepcionista, elegante como una flor de Fantín-Latour, los despide amablemente.
-Por cierto, ¿podría decirnos algo del retrato de la señorita de luto de la sala superior?
-No es luto. En realidad es un cuadro contemporáneo pintado a la Habsburgo que está en estudio. En cuanto tengamos información contrastada, la haremos pública.
-Solo era una curiosidad.
-Claro, que tengan buen día.
-Igualmente.
La recepcionista sigue con la sonrisa a los visitantes. Nada más perderlos de vista, llama al señor Jover:
- Han preguntado por el retrato de su madre señor Jover.
-¿Quién?
-Según la ficha de entrada, madre e hijo de Galapagar.
-¿Edad de ella?
-Unos 25 años. Tez clara, pelo rubio y laceo.
-Podría ser una coincidencia...
-Podría serlo.
-Lije la firma esta noche y vuelva a colgarlo en su sitio.
-¿Está seguro?
-Completamente.
Al día siguiente la prensa informa del incendio declarado esa noche en el Museo de los Jover.
Varias mariposas de ceniza revolotean el suceso relatado a doble página del Diario Madrid, de 1970.
La muerte de la recepcionista en un incendio declarado fuera de su jornada laboral.
La nota en su puño calcinado; Leiden Borken
Y el pie de foto de un retrato: Retrato de Gelsomar Pérez de Ayala, amante del oficial de las S.S .Von Borken. Galapagar, Madrid. C. 1946. Óleo calcinado en el incendio.