El gato de la esquina arqueó el lomo y su abundante pelambre se erizó cuando sintió los pasos de la mujer. La tarde se difuminaba marcada por los estigmas del viento que recorría las callejuelas silbando una melodía de tristeza. Los pocos transeúntes caminaban absortos desconectados de la realidad circundante. Un loco se empeñaba en hablar con las nubes suplicando un aguacero. Los autos se detenían en la esquina cada tanto tiempo; esperaban la luz del semáforo que les permitiera avanzar. Salvo la inquietud del gato, nada era extraño. El minino seguía atento a la mujer que avanzaba desde la bocacalle con rumbo a la gran avenida. Varios peatones salieron de la estación del tren y enfilaron en dirección al semáforo. Mientras caminaban, la mujer los rebasó. El vestido ondeaba al compás de sus pasos. Sin precaución se lanzó para cruzar la avenida desoyendo los gritos. Tarde llegaron las voces de advertencia. El conductor maniobró para no atropellarla. Apenas la toco el auto, se desvaneció. El gato comenzó a tranquilizarse cuando la mujer se esfumó en el aire sin dejar rastro.