Empezó a sonar en sueños, como un megáfono, y debí tardar unos tres segundos en despertarme y darme cuenta de que no era un juego onírico de mi mente sino la alarma de incendios. Sonaba dentro de la habitación, dentro de la cama. La misma almohada vibraba con un zumbido ensordecedor. Las instrucciones eran claras en el formulario de registro: al escuchar la alarma había que abandonar el edificio de inmediato y encontrarse con los monitores en la puerta principal. Me levanté de un salto y me puse mis deportivas sin atármelas. Era incapaz de andar descalzo por esa moqueta.
La puerta del dormitorio contaba por dentro con un cerrojo para disuadir a los amigos de lo ajeno. Retiré el cerrojo y al asir el tirador de la puerta me di cuenta de que esta no cedía. Estaba cerrada con llave desde fuera y solo el personal de limpieza, los monitores y yo teníamos una copia. Si yo estaba dentro del cuarto y las sábanas las habían cambiado por la mañana solo quedaba un sospechoso en el punto de mira: Arthur. El mismo con el que había discutido antes de acostarme y todas las noches que había coincidido con su turno. El único monitor que fumaba dentro del edificio y que permitía fumar al resto de alumnos.
Grité esperando que alguien cruzara por el pasillo en ese preciso momento, golpeé la puerta con los puños, le pegué patadas como si fuera el propio Arthur a quien tuviera delante. Todo fue inútil. Me giré para asomarme por la ventana y avisar de que estaba encerrado. La ventana daba a la parte de atrás del edificio pero cuando la alarma dejara de sonar mi voz podría escucharse en el silencio de la noche. Intenté abrirla del todo pero era imposible. Estaba atascada o eso me parecía y no cedía más allá de un palmo. Empujé como si me fuera la vida en ello y solo conseguí rajarme con un tornillo. El malnacido de Arthur me había aislado completamente. Sin salida e insonorizado aún me quedaba el móvil que siempre dejo enchufado cuando me voy a la cama.
Me agaché en busca del cable del cargador. Cuando saltaba la alarma la luz se cortaba automáticamente y estaba a oscuras palpando el suelo cuando encontré mi teléfono desenchufado y sin batería. Intenté encenderlo mientras la herida de mi mano empezaba a escocerme. La chupé instintivamente y durante esos segundos en los que la pantalla empieza a iluminarse la puerta se abrió. De rodillas, vi a Arthur lanzarse contra mí como un perro rabioso, alzando un objeto que no pude distinguir. Y mientras levantaba el brazo para golpearme me dijo: it's for your safety.
La moqueta empezó a humedecerse con la sangre de mi cabeza. Ahora era yo su saco de boxeo tirado en el suelo. Cuando la alarma dejó de escucharse me agarró del pelo y mantuvo su mirada fuera de sí hasta que dejé de ver la llama incandescente de su cigarro.