Jacky, Arturo y Rocío eran mejores amigos de la universidad. Compartían muchas experiencias juntos, generalmente luego de clases. Los tres jóvenes guardaban un secreto que encontraron en un libro de la Biblioteca Nacional, en una de sus páginas decía: Los necesitamos aquí, en letras rojas puntiagudas muy pequeñas con la dirección y una fotografía medio pegada en blanco y negro de un pabellón de nichos con flores marchitas en el pasillo.
Rocío, quien era la más habladora de los tres, organizó la salida para la visita al Cementerio “Jardines de la Paz” de la Ciudad de Lima. Ella llevaba en su mochila la fotografía tomada del texto con el mapa del lugar además de crucifijos. Sus dos amigos portaban provisiones y dinero para ese día del mes de noviembre del año 2016. Ambos, mientras caminaban, comentaban si era conveniente ir solo por esas palabras y la imagen antigua encontradas. Aligeró el paso, la de la idea, los abrazó y dijo: es más que eso, ya verán lo que ocurrirá allí, lo presiento.
Ingresaron al cementerio alrededor de las 6 p.m. y mirando de reojo lo que tenían llegaron al punto clave. Se veía tal cual a la fotografía, ¿acaso era una imagen que se actualizaba sin ser revelada de nuevo? Dieron un grito al unísono de asombro y lo que traían en manos se desprendió con un viento fuerte, y fue a parar en el nicho con el nombre JAR, ¡menuda coincidencia! correspondía a las iniciales de los nombres de los visitantes. Quisieron ver si algo más había allí, pisaron las flores secas y de pronto sintieron una fuerza extraña, luego se elevaron a una altura de tres metros por unos segundos, después cayeron al piso precipitadamente. La más lastimada fue Jacky quien se desvaneció. Arturo, apresurado le dio los primeros auxilios; ella pudo despertar y decía incoherencias. Él enfatizó: ¡vámonos de aquí! ¡ya es tarde y…! no terminó de completar su frase cuando el pasadizo se quebró en dos. Entonces, fueron golpeados contra los nichos. Aterrorizados por lo que ocurría sudaban frío. Jacky abrió la mochila de Rocío y sacó los crucifijos, casi sin fuerzas, colocó uno en cada nicho con ayuda de Arturo. Ellos vieron que Rocío tenía algo blanco en la mano derecha y repetía en voz baja: Padre Nuestro que estás en los cielos… Desde que ingresó había rezado el rosario, iba terminar el último misterio cuando esa presencia maligna los quería lejos de apaciguar a las almas que pendían a coro: oren, oren, oren.