─¿De qué va esto?─pregunta.
Está sujeto a los travesaños y las patas de una silla con esposas y cinta americana. Una capucha le cubre la cabeza, es de rafia negra, con un único orificio a la altura de la boca. Una voz de mujer asegura que la proteína FOXP6 es una cadena de setecientos once aminoácidos, y en los casos del homo sapiens y el macaco solo difiere en dos de ellos.
─Ni siquiera yo lo tengo claro ─responde el otro.
Y comienza a revolver en el interior de una caja. Termina sacando unas tenazas. Tienen las mordazas afiladas y los mangos guarnecidos en negro. Las hace chascar en varias ocasiones como si se tratara de un instrumento musical. El ruido es inconfundible, el prisionero traga saliva. Siente el traqueteo de las patas de la silla contra el suelo pero no puede hacer nada por detenerlo. El otro deja las tenazas sobre la mesa, junto a un cuadernillo y un artefacto similar a un amplificador. La voz femenina asegura que las Unidades de Imagen Molécula pueden manipular las regiones del cerebro donde se almacenan los recuerdos. Continúa el traqueteo de la madera contra el suelo. En realidad solo se mueve una de las patas. Como si tuviera vida propia o más miedo que el resto. El otro vuelve a hurgar en la caja hasta encontrar una bolsa. La abre y esparce el contenido sobre la mesa. Tras echar un vistazo al cuadernillo se acerca a la silla, le sube la camiseta y le coloca unas pinzas en las tetillas al prisionero, que arquea el espinazo intentando separarse del respaldo. Se le escapan las primeras lágrimas, también un hilo de mucosidad. La capucha se pega a su rostro con cada inspiración. El corazón se precipita de tal forma que el otro puede escucharlo. De cada pinza cuelga un cable, mientras los conecta al aparato similar a un amplificador va contando latidos. Al llegar a treinta se detiene, está pisando algo pegajoso. Junto a los pies del prisionero se ha ido formado un charco. El olor recuerda al amoniaco.
─Cuando aparecieron ─dice─ las esposas y la máscara, pensé que sería de policías o de superhéroes, pero en las instrucciones dice bien claro que se trata del juego más antiguo del mundo: contar historias que no queríamos contar. En fin, lo único que está claro es que los de Amazon se han equivocado de domicilio.
Continúa asegurando los cables, cuando los enchufe y le haga la primera pregunta a su vecino saldrán de dudas. La verdad es que ha sido tonto de narices dejándose esposar a la silla. En el televisor una mujer le susurra a un rollo de papel higiénico, en sus ojos hay un punto de malicia y en una esquina de la pantalla un rotulo anunciando que tras la publicidad continuará el reportaje sobre neurología.
─No te preocupes ─añade─ por mis padres, están fuera de la ciudad, como los tuyos. Tenemos todo el fin de semana para jugar tranquilos.