Había sido una gran Noche Vieja, llena de lentejuelas , brillos y corbatas de colores. Cené en casa con la familia, después de las uvas intercambié un par de mensajes con los amigos y me fui. Habíamos comprado entradas para la fiesta del parque de atracciones. Cuando llegamos el ambiente prometía una noche fuera de lo habitual, la luna llena sobre las copas de los árboles hacia brillar los vestidos de las chicas y nuestras americanas. Al principio todo fue bien, en realidad todo iba genial. Hasta que se desprendió la noria.
No recuerdo como llegué aquí. Apenas puedo moverme. No consigo abrir los ojos pero percibo luz al otro lado de los párpados. Siento movimiento alrededor, gente que va y viene apresuradamente. Parecen preocupados, me gustaría preguntar en que puedo echar una mano pero no consigo articular palabras, hay algo en mi garganta que lo impide. Escucho, oigo pero no entiendo. Espero. Tengo frío. Espero. ¡Qué frío hace! No he podido evitar la tiritona. Una manta, alguien me ha cubierto con una manta, menos mal. Mucho mejor.
Siento su calor alrededor mío, están cerca, cada vez más cerca. Me tocan el cuello, la clavícula. ¿Por qué me tocan? No me gusta que me toque la gente. Que pesados. ¡Un pellizco! ¿Por qué un pellizco? ¡Que dolor! No puedo defenderme, no consigo moverme.
Han subido el tono de voz, alguien llora. Me rozan el brazo, me gusta, desprende un calor familiar, reconfortante. Se va, que fastidio. Maldita sea, otra vez el frío, ¡que frío ha dejado! Otra vez la tiritona. Y el llanto. El llanto que se aleja, lo oigo alejarse. Me siento solo. Apenas puedo percibir el aire alrededor, el vacío.
Siento pisadas, voces que se acercan. Las oigo, escucho, entiendo.
—¿Estás segura , Julia, de que la dosis para bajar la presión es la correcta? La ausencia de actividad no se debe a la medicación, ¿verdad?
—Estoy segura, Javier, no hay nada que hacer.
—Disculpadme, voy con mi familia. Haced lo que debáis.
—Doctora, ¿lo trasladamos ya?
—¿Han firmado el consentimiento?
—Sí, doctora.
—Su padre está destrozado.
—Sí, doctora.
—No es lo mismo diagnosticar la muerte cerebral de un extraño que la de un hijo.
—Sí, doctora.
—Que desgraciado accidente, en la fiesta de fin de año…
—Pobre doctor García.
—Lo recordaran cada navidad. ¿Ha autorizado la donación de los órganos?
—Sí, doctora. El formulario firmado está en la historia clínica del paciente.
Siento que me falta el aire. ¿Doctor García? ¿Javier García? ¿Su hijo? ¡¿En la fiesta de fin de año?! ¡¡Papá, papá!! ¡Por favor, papá! Escucha, escúchame, por una vez en tu vida, acércate y escúchame.