¿Cómo podía decirle, después de todo el trabajo que seguramente habría tenido diseñando y confeccionando el traje, que le producía una terrible sensación de claustrofobia? Había pensado en decir que se encontraba mal para zafarse de una noche metida en el disfraz de basura espacial mirando a través de la diminuta obertura, desde la que tan sólo era capaz de ver lo que tenía delante de sus narices. Pero al fin y al cabo, el traje era más original que el típico de cat woman o vampirela.
Al ser un todo inseparable de la cabeza hasta las rodillas, para sacarlo, debía levantar todo el armatoste por encima de su cabeza y necesitaba ayuda.
Así que pensó en estar un ratito solamente, pero al entrar a la fiesta le pareció todo aún más insoportable que oír tan solo el roce de sus brazos y piernas con el cartón piedra a cada paso en el silencio. El ruido de la música, de la gente charlando, alguna carcajada aquí y allá, en ese estado de aislamiento era aún más angustioso.
Pensó que debía verse ridícula girando todo su cuerpo constantemente a un lado y al otro. Pero necesitaba ver. Empezó a caminar hacia delante evadiendo los posibles, casi seguros, choques y tropiezos con los otros para marcharse. No recordaba bien el encuadre previo de la puerta de entrada pero se dirigió hacia lo que parecía un pasillo de salida. El barullo se iba apagando a cada paso hasta que la fiesta entera parecía el eco de la emisión de una vieja radio.
Entonces se paró. Frente a ella, lo que le había parecido un bulto a franquear en el suelo se convertía, sorprendentemente, en un cuerpo ensangrentado. Inmóvil. Sin poderse agachar lo pateó gritando “oye!, oye!” intentando que respondiera. Estaba tieso.
Dio un salto hacia atrás, despavorida. El salto la hizo tambalearse antes de caer de espaldas dejando sus piernas suspendidas en el aire, rodando de izquierda a derecha en un vaivén de imágenes parciales que iban y venían. Y la música, el sonido de la fiesta se volvió casi imperceptible ante el sonido de su corazón latiendo. Chilló. No podía levantarse, atrapada en el oscilamiento rítmico del cartón piedra en la cerámica. Volvió a pedir ayuda pero estaba sola con el muerto y nadie la oía.
“Dos en una noche”-dijo una voz detrás de ella, por encima de ella. En algún punto invisible para ella. Quiso frenar el movimiento de su cuerpo pero no conseguía aferrarse a nada y seguía girando ciento ochenta grados de un lado al otro. Absurdamente. Ridículamente. Mirando una y otra vez las mismas imágenes ante sus ojos.
¿Qué podía hacer sin poder anticipar lo que iba a ocurrirle? Desde donde ni cómo iba a atacarla. Porque sabía que era el asesino. Su forma de hablar le hacía intuir que estaba disfrutando. Pausada. Con autosuficiencia. Mientras ella intentaba pensar, reaccionar, ponerse a salvo. Aunque sabía que estaba completamente perdida. Un escalofrío recorrió su espalda.